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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Tenemos azogue, y esta palabra hermosa con halo de piedra filosofal la oía yo en casa para nombrar el mal de quien no quedaba quieto, del nervioso, del hiperactivo, del que semejaba presa del baile de San Vito y del que se dedicaba a dar vueltas y revueltas, en apariencia preocupado con problemas irresolubles. Se impone recuperar el término de inmediato —las viejas palabras no admiten sinónimo— porque anda hoy todo el mundo aquejado de un azogue permanente y persistente, venga a trillar las aceras y las autopistas con desasosiego imparable, y trajina medio ahogado el trabajador, preocupado por la posible pérdida de su empleo, diario aleteo de Damocles; bucea el que de él carece, y no ahorra embajadas en perseguirlo; corre el alumno entre mil clases escolares y extraescolares y hasta los abuelos, la antaño mejor estampa de quietud y sabia placidez, galopan inmersos en maratonianas jornadas de empuje de carritos y búsqueda de ofertas con que nutrir a sus familias varadas. Como si hubieran bregado poco en la vida.

Más que prisa es intimísima desazón la que reconcome a esta sociedad enferma, malagusto en todas partes, mucho más preocupada por aparentar contento en las fotos de las redes sociales que por sentirlo realmente, instalada en una zozobra continua sobre la que uno se pregunta causa, razón, consecuencias. Me dice Ramonín, investigador de los que apartan broza y pisan barro, y quizá tenga hasta razón, que la cosa procede del hecho de ser propietarios, y que algún gobierno anterior se preocupó —y mucho—, por que la mayor cantidad de población lo fuera y quedara encadenada a gruesas deudas de por vida, aparente abundancia que sólo alcanza a barnizar esta moderna sumisión de las masas. No hay como tener algo para contraer, automáticamente, el miedo a perderlo. Y ese espanto a que vuelen la casa y el coche, y el equipo de home cinema , y con ellos el respeto o la amante, llevaría al votante a elegir, preferentemente, partidos conservadores. Nadie quiere aventurarse ni significarse, temblorosa ansiedad y pavor a los ladrones siente quien porta a las espaldas alforjas repletas de oro falso.

El azogue es no parar, pero a la vez, paraliza. Curioso.

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