Diario de León
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El bipartidismo tiene mala prensa, y no por alguna moda arbitraria sino por el desgaste del modelo político a lo largo de la crisis económica.

El PSOE, que no fue capaz de prever el gran desastre, ni siquiera de aceptarlo cuando ya se veían claramente sus fauces, se achicharró hace cuatro años, aquel día de mayo de 2010 en que Zapatero anunció el gran ajuste. Y el PP, llamado a gobernar en las elecciones de 2011, aplicó con flagrante insensibilidad las terapias de choque que debían frenar la hemorragia, si bien provocando una debacle social, que tardará años en mitigarse. Además, esta legislatura ha sido con diferencia la más salpicada por casos de corrupción, que han alcanzado todas las esferas institucionales y han sembrado la inevitable sensación de sobreabundancia que probablemente no responda a la realidad pero que impregna a toda la clase política. A una clase política que, aunque honrada y valiosa en su mayor parte, no ha sabido (o no ha podido) aislar por completo los focos de corrupción, extirpar el cáncer y establecer los necesarios cordones sanitarios que impidan la reproducción del mal en el futuro.

Esta común decadencia del PP y del PSOE ha abocado a la indiferenciación entre ambos: los críticos no han tenido dificultades para hacer prosperar su axioma de que PP y PSOE son la misma cosa ni de popularizar la malévola especie del «PPSOE». Y las encuestas abonan la tesis puesto que las dos formaciones, que llegaron a recoger casi el 84% de los votos en 2008, apenas alcanzan ahora el 60%. Naturalmente, el siguiente paso de los críticos al bipartidismo y proponentes de una opción distinta es la insinuación de que PP y PSOE podrían terminar formando una coalición. La insinuación, que en sí misma no tendría mucho sentido adquiere verosimilitud si se la examina con Cataluña al fondo: el nacionalismo catalán ha dicho con claridad que, de mantenerse las actuales tendencias, el gobierno del Estado ya no gobernará en 2015 con mayoría absoluta, por lo que negociar con él siempre será más fácil. A menos que PP y PSOE sigan sosteniendo el dique contra la independencia.

Como es conocido, la hipótesis del gobierno de concentración o de coalición ha estado estos días en boca de González y de Arias Cañete y ha sido radicalmente negada por Rubalcaba, quien sabe lo electoralmente dañina que puede ser esta sospecha para el PSOE. Y, ciertamente, carece de sentido sugerir afinidades ideológicas entre los dos grandes partidos cuando, por poner solo unos pocos ejemplos, el PP ha sacado adelante una reforma educativa que choca frontalmente con la postura del PSOE y está abierto un duro debate sobre el aborto. Sorprendentemente, a estas alturas de desarrollo político la colisión ideológica PP-PSOE es más virulenta que hace unos años. Lo que no significa que los dos grandes partidos no estén dispuestos a suscribir acuerdos de fondo en cuestiones de Estado en las que está en juego la estabilidad del régimen o la integridad del país.

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