La opinión del lector
A Magdalena Segurado
Cuántas vueltas he dado en torno a mi ordenador antes de sentarme a escribir! Creo que, en el fondo, el deseo de que lo ocurrido no hubiese sucedido nunca era tan fuerte que me llevaba, erróneamente, a creer que ignorarlo supondría borrarlo en el tiempo. Pero sucedió. Lo anunciaron las campanas… y las banderas y los corazones a media asta. Y con dolor lo aceptamos. Allí estaba ella, rodeada de flores, tantas, que al llenarse la estancia, algunas, resignadas, hubo que separarlas a la estancia contigua. Rodeada de flores, y abrazada de innumerables lazos blancos de recuerdos cariñosos. ¡Dios mío, qué lejos el 20 de abril de 2.000 en que celebramos, por primera vez, bajo su dirección, el Día del Libro! ¡Cuántos personajes de nuestras letras, reales o ficticios han pasado por nuestro escenario en sucesivas celebraciones! Personajes reales como don Luis Pastrana, autor del libro El páramo , que hace ya unos años nos dejó; nuestro paisano Afrodisio Ferrero, que emocionado, apenas pudo decir unas breves palabras…, o Antonio Pereira, el bueno de don Antonio, tan atento con nosotros, que prometió venir a la celebración dedicada a él en 2009 si su salud se lo permitía, y no se lo permitió, y se fue unos días antes de la fecha, como Magdalena. Personajes ficticios como fray Gerundio, la Pícara, Sancho Panza o el señor Cayo de Delibes, etc. acudieron también a la convincente llamada de esta concejala de Cultura inteligente y entregada.
Pero sucedió, y en la presidencia de las procesiones de Semana Santa contemplamos un vacío provocador de lágrimas y recuerdos; más dolido el rostro de la Dolorosa, a un Jesús más flagelado que otras veces, y en la urna, perdón, Jesús, no sé……Y hasta me dio la impresión de que en el Encuentro del Domingo de Resurrección, la madre, aun contemplando a su Hijo resucitado, se oponía a que le quitasen completamente el velo negro que cubría su rostro.
No conozco el diagnóstico de los doctores, pero sospecho que su corazón, repleto de gotas de esfuerzo, de pesares prestados y de entregas sin límite, no pudo más y se desbordó. Sucedió, sí. Y estamos tristes. A ese lugar de privilegio dedicado a los buenos y grandes, donde estás, seguro, con nuestras oraciones, te enviamos banderas y corazones a media asta, el minuto de silencio de tus compañeros de Corporación y el de las cofradías y asistentes a la última procesión de Semana Santa, las sentidas notas de la banda, los piadosos motetes del coro, y, ¿cómo, no?, la noticia de que el Centro Cívico, del que tan orgullosa te sentías, llevará tu nombre.
Magdalena, concejala de Cultura, querida y admirada, descansa en paz. Tu luz y tu ejemplo vivirá entre nosotros.