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Publicado por
javier tomé
León

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Parafraseando al bolero, no hace falta que les diga cómo tenemos el cuerpo los ciudadanos asentados a la vera del paseo de la Condesa desde que se produjo el asesinato de Isabel Carrasco, vecina del lugar. Baste con recordar que el individuo más conflictivo del barrio, el Al Capone local, es un viejo chocho armado con su cacha y conocido entre la chiquillería como El Pajarón, cuyas insanias merecen frecuentes atenciones por parte de jueces y policías. Con eso queda todo dicho acerca del ambiente festivo que caracteriza a un entorno ya utilizado por nuestros abuelos para dirimir sus cuestiones amorosas y sociales en torno al templete de música donde actuaba, jueves y festivos, la banda del Burgos. Por estos lares caminaba yo, en la tarde del 12 de mayo, de regreso como siempre de La Venatoria, después de intentar remediar a base de sol y natación la cochambre toxínica que es mala consejera para el bienestar.

A la altura de Guzmán pareció estallar el Apocalipsis debido a las sirenas y los coches de policía que corrían de acá para allá. El reloj de la glorieta marcaba las 17.23, así que de acuerdo a la cronología oficial apenas hacía seis minutos que habían disparado. Unos metros más allá me encontré con mi amigo Juan Carlos, cuyo rostro reflejaba todo el horror de lo ocurrido. Permanecía con otras siete u ocho personas al pie de la pasarela y, después de ponerme al corriente de los hechos, me señaló el cuerpo desmadejado que se veía coronando el cauce del río, en una postura que difícilmente olvidaré. Esperé a que tapasen el cadáver para subir de un salto a casa, encender el ordenador y enterarme por el Diario de León que era Isabel Carrasco. A Juan Carlos y a mí nos toca seguir pasando el susto, aunque por otro lado es un orgullo haber sido testigos de un acontecimiento que permanecerá vivo en la memoria leonesa.

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