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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Parece que un insignificante antepasado de los mamíferos, peludo, inquieto y de largo hocico movedizo, sobrevivió a la hecatombe que terminó con los aparentemente invulnerables dinosaurios por la paradójica razón de su pequeñez y adaptabilidad. Una vez resistido el zambombazo cósmico, salió de su madriguera, husmeó la tierra calcinada tras el cataclismo, estiró las patucas y echó andar como diciendo «¡por fin! Señores, ésta es la mía».

Llevamos mucho tiempo escuchando un eco ensordecedor: las pisadas de saurios colosales a los que nada parecía importar lo más mínimo, siempre confiados en su enorme corpachón, en lo inalcanzable de su desmesura, jamás dispuestos a mirar hacia abajo y reparar en la existencia de otras criaturas. Hasta que precisamente por eso, por ser gigantescos y cegaratos, enormes blancos perfectos, cayeron antes fulminados.

Lo pequeño llevaba mucho tiempo ninguneado y maltratado. Menospreciado su descontento, ridiculizadas sus más que justas demandas contra el abuso de los cíclopes. Pero sí, existía e iba creciendo en la oscuridad, alimentándose del humus de la indignación, y sus individuos se aupaban, poco a poco, los unos en los otros; nietos en abuelos, amigos en amigos, conocidos en desconocidos, una camaradería de a pie cultivada en foro de palabras y abrazos, ideas no aventadas al cierzo sino sembradas profundo en la tierra negra de las meninges. Lo pequeño llamó a otros pequeños y fue creciendo silencioso aunque, llegado el momento de la ignición, estallando en expansiones periódicas, y la risa de los titanes desde las alturas, al ver reunirse a los pequeños y reconocer que no lo eran tanto, comenzó a transformarse en nervioso hipar antes de que comenzaran a desplomarse, una caída larga, estrepitosa, patética.

Es el momento de la caída y también del espectáculo lamentable de los empujones cainitas y de muchos insultos —se retratan a sí mismos— lanzados contra ese cúmulo de pequeños que ya se agrupan y preparan para presentar batalla. La lucha —vuelve la épica— de un David armado de palabras contra un Goliat blindado de humo. ¿Podrán? ¿Podremos?

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