LA VELETA
Los que saben entrar
Había un poso de amargura en el desahogo verbal de Alfredo Pérez Rubalcaba cuando dijo hace unos días que España es un país donde se entierra muy bien. Esa alusión a los generosos obituarios con los que solemos despedir a los que hacen mutis, no solo el de los cementerios, que también, sino especialmente el político o el profesional, vino a confirmarse pronto también en el caso de don Juan Carlos de Borbón, cuya abdicación como Rey se produjo una semana después de la de Rubalcaba como líder del PSOE.
La del Rey quedó diferida al acto de proclamación de Felipe VI, que se llevará a cabo el jueves 19 de junio. La de Rubalcaba, al 27 de julio, que es cuando el congreso federal del PSOE elegirá al nuevo secretario general. Pero los dos han empezado a sentir demasiado pronto cómo ya se les echaba de menos sin haber empezado a irse siquiera. Jamás lo hubieran creído. A buenas horas, mangas verdes, que dice el refrán.
Así debió pensarlo el rey cuando, minutos después de grabar la alocución en la que anunciaba su renuncia, se dirigió de este modo a los periodistas que aguardaban frente a la Zarzuela: «Nunca os habíais interesado tanto por mi como hoy», les dijo. Y eso ha debido seguir sintiendo cuando en sus escasas apariciones posteriores no ha hecho más que cosechar enormes éxitos de crítica y público. Véase, por ejemplo, su tarde en las Ventas, con dos matadores brindándole el morlaco y el público rompiéndose las manos en aplausos a su rey.
Lo de Rubalcaba ha sido, o está siendo, parecido. Al día siguiente de anunciar que convocaría un congreso extraordinario para ser relevado en el cargo de secretario general, los corrillos políticos y mediáticos se hacían lenguas sobre las gracias del personaje. Se decía y se escribía que estábamos a punto de perder a uno de los hombres más cabales de la política española. Los elogios venían incluso del PP, adversario natural del PSOE, y de Rubalcaba en particular, durante estos últimos años.
La guinda la llegó a poner el presidente del Gobierno, y líder del PP, Mariano Rajoy, que no se cortó un pelo a la hora de hablar de Rubalcaba como un hombre «serio, ejemplar y con sentido de Estado». Tiene razón. Pero Rubalcaba ya era «serio», «ejemplar» y «con sentido del Estado» mucho tiempo atrás. Y sin embargo entonces Rajoy y su partido llegaron a ver en este dirigente socialista al ministro del Interior que espiaba a sus adversarios, que colaboraba con el terrorismo (el famoso soplo policial del caso Filesa), que en la oposición era un político sectario que se negaba a colaborar con el Gobierno en asuntos de interés general, que urdía conspiraciones contra el PP, y así sucesivamente.
Vaya, hombre. Ahora resulta que, según Rajoy y otros dirigentes del PP, Rubalcaba es un hombre cargado de virtudes.
Efectivamente, qué bien se entierra en este país.