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Publicado por
ernesto escapa
León

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El periódico de ayer nos muestra en sus páginas de Cultura cuatro imágenes de la casona de los Arriola en Santibáñez de Porma, donde la Fundación Merayo abrirá el próximo sábado su primera muestra colectiva. Se ve el patio sin palmeras, el desván de los recreos lluviosos, la tolva del molino y la capilla, ya despojada del retablo renacentista, cuyas pinturas nos entretenían los amaneceres somnolientos. El retablo hizo un alto en Santibáñez en su recorrido desde la sinagoga de Valderas hasta Cistierna, donde ahora puede verse con sus colores vivos. Cuento estos recuerdos porque la Casa de los Artistas de Santibáñez, en los pagos fluviales del Porma, fue durante un par de décadas internado de niños rurales. Aquella quinta vegetal de molinos, truchas, cangrejos y canales se la donó la viuda de Arriola al obispado, después de la muerte de su hijo, a finales del verano de 1945. Allí fue el secuestro del joven ingeniero por la partida guerrillera, el fracaso del rescate ideado por Arias Navarro con un capitán travestido de dama compungida y el legado de la tristeza en beneficio de Almarcha.

Los guerrilleros acudieron el 29 de septiembre para secuestrar a Emilio Zapico Arriola, joven ingeniero que dirigía los servicios de Agricultura de la Diputación. El episodio lo novela Julio Llamazares en Luna de lobos. Llegaron a la finca, que está apartada del pueblo, hacia las once de la noche, después de comprobar el regreso del joven Arriola, procedente de Valladolid en su Fiat topolino con un amigo. Para que les abran, se presentan como guardias civiles. Una vez dentro, concentraron al servicio, que vigila uno de los guerrilleros, mientras se reúnen con Emilio en el despacho. Al cabo de media hora, mandan pasar a la madre, doña Petronila, y a su hermana Asunción, para comunicarles la exigencia de dos millones de pesetas, a cuya entrega les devolverán a Emilio, que esta noche se llevan con ellos.

Después de un buen rato de porfía, para rebajar el rescate y para que Emilio no abandonara la casa, marchan con él a la una de la madrugada. Finalmente acuerdan el canje por 1.900.000 pesetas, a las ocho de la tarde, en la carretera de Puente Villarente a Lugán, en el punto en que les echen el alto. Era la cantidad que la familia había pactado hacía poco por la compra de una hacienda en Palencia. La finca del Porma fue la estancia ideal para el tránsito entre la infancia pueblerina y la sotana. La pena y las nostalgias nocturnas se curaban con hilas de orujo, que nos dispensaba una monja imperativa y amorosa. Había un molinero alegre, triunfador en los aluches, y un jardinero torvo, de vino agrio y resacas tumultuosas. En clase y en los recreos jugábamos a cartagineses y romanos y siempre perdían los mismos.

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