EL BAILE DEL AHORCADO
Finales
Siempre piensas que cuando se produce un cambio en la historia éste provoca un temblor cósmico que nos hace ver que estamos ante algo que modificará nuestras vidas para siempre. Sin embargo, al cabo de la vida nos vamos dando cuenta de que no suenan tambores, de que el final se produce en silencio, un brevísimo silencio tras el que todo sigue igual. Los grandes momentos en la historia, y en las historias de cada uno de nosotros, son tan breves que se terminan antes de que nos hayamos dado cuenta de lo que ha ocurrido. Los grandes momentos... Una abdicación, por ejemplo. Apenas un par de gestos y se terminó. La historia volverá a repetirse y a cumplirse, y otra vez serán un par de gestos, un par de palabras, un simple saludo. Mañana comenzará a rematarse la siguiente. Los grandes momentos... El final, que llega como un ladrón en medio de la noche, que nos sorprende sin que sepamos muy bien qué ocurrió el minuto antes de que todo cambiara.
Chaplin escenificó el final en Candilejas , la película sobre el absurdo de la conciencia propia, sobre de qué manera debemos seguir riendo a pesar de que sobre el escenario se esté tramando la muerte. Y es que el tiempo siempre elige el final perfecto, aunque mientras pase no sepamos, o no queremos, verlo. Al final, el final vence, aunque nos empeñemos en lo contrario.
Ayer el tiempo eligió uno de esos finales, un final breve y triste, sin algaradas y casi sin protocolos más allá de los que marca una ley hecha de manera precipitada. España necesita un dramaturgo que repiense el guión pero sólo tenemos amanuenses de series de tercera. La monarquía es representación y este rey no ha tenido quién le escriba. Su corte ha estado formada por ilusionistas de la nada, magos de la ocultación, aduladores encaramados a lomos del dinero fácil y el halago vacío. Y ha tenido un final triste y breve.
El tiempo es un gran autor, pero el problema está en saber de cuánto tiempo disponemos a partir de este final, en qué kilómetro está el nuevo comienzo... o si lo hay. Hay demasiada banalidad, demasiados sentimientos fáciles, demasiado ruido. El nuevo rey debe tener claro si quiere dejar que sea el tiempo el que escriba el final o si quiere hacerse responsable de él. Sólo es representación, pero el público ha pagado una entrada y quiere buenos actores que se sepan el guión (uno de los buenos).