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Publicado por
ANTONIO CASADO
León

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Habemus rey. Sin duelos ni quebrantos. Normalidad, bendita palabra. Con todo el sentido del proceso sucesorio contenido en el sencillo juramente prestado por Felipe VI ante las Cortes Generales: «Guardar y hacer guardar la Constitución». No se habla de respetar los derechos dinásticos o el buen nombre de la corona, por ejemplo, sino de cumplir la ley, someterse a las decisiones del Gobierno elegido en las urnas y darlo todo por la nación, una y diversa, «en la que creo, a la que quiero y a la que admiro». Sin faltar el toque afectivo del hijo a los padres. De don Juan Carlos, porque nos deja como legado «los mejores años de nuestra historia». Y de doña Sofía, por «toda una vida de trabajo, con dedicación y lealtad al Rey».

Son piezas sueltas de su discurso ante los representantes de la soberanía nacional. El hilo conductor fue la recurrente alusión al democrático sometimiento de la corona al poder civil, según los términos fijados por la Constitución. Básicamente, dos. Uno, moderar. Otro, arbitrar. Don Felipe añadió por su cuenta cuatro más: «escuchar», «comprender», «advertir» y «aconsejar». Son las herramientas de un rey para contribuir a lograr una España más habitable sin desbordar el dogma de una monarquía parlamentaria: «el rey reina pero no gobierna». Eso obliga, aquí y ahora, a recuperar la autoridad moral perdida a causa de los escándalos. Tan consciente es de ello el nuevo monarca que hizo una alusión expresa al deber de la corona de observar una conducta «íntegra, honesta y transparente».

Ningún asunto candente del actual entorno político, económico y social escapó a la consideración de don Felipe en el discurso del jueves ante diputados y senadores. Pidió solidaridad con quienes lo están pasando mal a consecuencia de la crisis económica, limpieza de comportamientos en la vida pública y un esfuerzo común para evitar que se rompan los puentes de entendimiento en la España una y diversa que todos queremos. Paro, corrupción y tensiones territoriales estuvieron de ese modo en la alocución del nuevo rey, vistos bajo el prisma de una «una Monarquía renovada para un tiempo nuevo».

Hubo una calculada insistencia en este aspecto. Me refiero a las alusiones a todo lo que significa renovación, innovación, cambio y «adaptación a las nuevas realidades». Tal vez excite el celo político de quienes le miran como eventual piloto de la «segunda transición» sin reparar en los límites constitucionales a una labor que de ninguna manera puede desbordar al Gobierno elegido en las urnas para gestionar los intereses generales.

En resumen, que el nuevo Rey superó con éxito de crítica y publico su primera prueba. Si los aplausos de los representantes de los ciudadanos, reunidos en sesión conjunta, proyectan la opinión de sus electores, podemos decir que muy mal tendrá que hacerlo el nuevo rey para dejarnos en mal lugar a quienes apostamos por su capacidad y preparación.