FUEGO AMIGO
La casa de Babia y Luna
El próximo viernes, el palacio de los Quiñones de Riolago, que lleva un quindenio de clausura, volverá a abrir su recinto como Casa del Parque de Babia y Luna. Quince años cerrado, desde que lo adquirió la Junta a su propietario, Fernando Geijo, en 1999. El consejero de Fomento y Medio Ambiente, Antonio Silván, se lo encontró en expectativa de destino y puso en marcha las obras para convertirlo en Casa del Parque. De paso, arregló aquel disparate de nombrar al espacio natural de Babia y Luna como Valle de San Emiliano, cuando abarca mucho más y tiene en la hermandad de sus comarcas una expresión inconfundible y hermosa.
Luis Mateo Díez describió a Riolago, quizá el pueblo más noble de Babia, emplazado «en inclinada cuña». A su entrada desde Huergas se sitúan las campas donde la leyenda hizo crecer a Babieca, aquel caballo valeroso que cabalgó todas las batallas de Mío Cid, incluso con su dueño muerto, cuando había que asustar a los musulmanes en el cerco de Valencia. Al llegar a Riolago, un perímetro de almenas conduce hasta el portalón del palacio, sobre el que se alza un frontón que cobija el escudo de los Quiñones. Un arco de medio punto da paso al jardín, adonde asoman la casona y su torre, una capilla y las caballerizas. Este palacio padeció las secuelas del carácter peregrino de los Quiñones, que siguieron a Francia a la reina Isabel II en su destierro. En 1915, un incendio vino a rematar el abandono, dejando los antiguos salones al capricho de la intemperie. Quien hizo posible su redención desde la ruina fue Fernando Geijo, un industrial oriundo de Riolago y casado en Carrocera, sin más ayuda ni recompensa a su labor que los consabidos parabienes. Luego llegaría el reconocimiento de Patrimonio y el respaldo de Europa Nostra.
La iglesia de Riolago corresponde a esa gama de templos rurales, que en la montaña leonesa no suelen destacar por su interés artístico. Guarda un buen retablo barroco y una lauda sepulcral muy historiada. Pero no se detienen ahí los atractivos de Riolago, cuyo nombre anuncia el remonte fluvial hacia el más remoto de sus tesoros: el lago Chao. Madoz anotó en su diccionario decimonónico que los campos de Riolago producían «el más selecto liquen que se conoce, con multitud de hierbas medicinales y cantáridas». Poco después, Riolago cuenta con una botica donde se preparan soluciones naturales. Y de estos valles partieron tres primos que afianzarán en Madrid una acreditada tradición perfumista: la colonia Álvarez Gómez. Sus catorce ingredientes, a base de plantas, flores y frutos, consiguen un aroma único. Es el resultado de una educación orientada hacia el provecho inteligente de los recursos naturales. El milagro tiene un nombre: la Fundación Sierra Pambley.