Diario de León
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CABALLERO
León

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Cuenta la leyenda que la Luna se cuelga de la puerta de Babia para espiar las veredas de los pastores que traen los ecos de sus esquilas roídas por decenios de trashumancias. La historia se escribe en montes acaballados por lomos de escobas y urces, de robles y sabinas, a los que sonríen los rabiones que se forman en los meandros del río para darles conversación. El viento corretea por los roquedos huesudos del quicio de la comarca luniega, allí donde se acurruca Rabanal entre la cueva del Moro y cueva Ladrones, antes de que la vista se desate por encima de la ermita de la Virgen de Pruneda en camperas interminables derramadas de sol; inmensas artesas que se tienden al atardecer sobre los valles para colar la luz como la leche y tejer un velo que con los días se prende del lagrimal hasta deformar la mirada. Una telina que envuelve los ojos para ver cómo el mundo lo amanece cada día como si fuera el primero, aquí donde se inventó el paraíso para que luego lo poblaran reyes aburridos de su corte y le parieran los prados de San Feliz un caballo con las pezuñas barbadas al Cid Campeador.

El paisaje se convierte ahora en parque natural con la declaración de la Junta, después de un cuarto de siglo de burocracias interminables que han terminado por cuajar en la apertura del antiguo palacio de Riolago. Una casa solariega donde las paredes de piedra se han travestido de escayolas asépticas como de hospital para simplificar historias y atraer turistas, todo dentro de un esquema funcionarial en el que hasta el bar se cierra a las 13.30 horas y te ponen el vino para llevar. Una fórmula política ante la que los vecinos de las dos comarcas recelan, agobiados por la sucesión de normas en las que las administraciones les han enredado hasta prohibirles que corten un palo sin permiso, pero que a su vez supone un escudo para que no vuelvan a aparecer proyectos de canteras especuladoras y negocios en los que la naturaleza queda en segundo plano. Un sello que la Consejería de Fomento y Medio Ambiente debe alimentar con dinero y actuaciones concretas más allá de la publicidad que acostumbra, en las que se respeten los derechos de quienes trabajan la tierra y de quienes apuestan por el turismo para prosperar.

Hay que ir para verlo. Si no se ha estado no se sabe cómo puede ser que la Luna llena te deje en Babia.

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