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Publicado por
ernesto escapa
León

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Hace un par de años, el consistorio de la plaza de las Palomas acogió una muestra cartográfica de nuestra frontera bélica, en la que aparecían los mapas de la toma de la cordillera durante el final lluvioso de aquel verano de 1937. La cartografía del tramo montañés mediante entre el Bernesga y el Luna refrescaba la maniobra de Aranda con su morería, a cuyo frente trepaba Gistau, el abuelo del columnista. Antes y después de esa acometida, tuvo lugar la represión, que sembró de cadáveres los caminos de mi comarca. Un monumento reciente y sin embargo hostigado de Amancio recuerda sus nombres junto a la venta de Cantarranas, entre Carrocera y Benllera.

De nuevo, la Casa de Poridad acoge una muestra documental sobre aquel tiempo convulso de nuestra memoria. En este caso, protagonizada por el líder anarquista Laurentino Tejerina Marcos (1895-1942), nacido en Villamartín de Don Sancho y muerto en su refugio clandestino de Viloria de la Jurisdicción. Aguas arriba de este trecho suburbano del Bernesga, en Vilecha, estuvo escondido hasta octubre de 1948 Juan Monge, ebanista y presidente de la Casa del Pueblo. La liberación de Monge, con su familia desangrada por la represión, originó una ola de inquietud en la ciudad raposa, aunque la víctima más directa de aquella aparición inesperada fue un hijo superviviente, que no pudo superar aquel impacto emocional y quedó tocado para los restos. Vivía recogido en un altillo de la calle Varillas y pedaleaba su desconsuelo por los barrios viejos. A mí me lo mostraron, cuando pasaba en bicicleta por la calle Ancha, dos testigos de la vieja memoria, Francisco Pérez Herrero y Ángel Roberto, desde su tienda de la elegancia, donde Paco se probaba los sombreros.

La exposición sobre Laurentino Tejerina y el anarquismo leonés estará abierta en los bajos de San Marcelo durante el mes de julio, mostrando su proyección nacional e internacional con figuras tan relevantes como el capitalino Buenaventura Durruti, el berciano Ángel Pestaña y el montañés de Reyero Abad de Santillán. Tejerina era un hombre culto y autodidacta, con buena formación y manejo de varios idiomas. Hasta la caída del frente Norte, mandó el batallón 206 y tuvo responsabilidad de gobierno en el Consejo General de Asturias y León. Luego optó por quedarse para organizar la guerrilla. Se escondió en Viloria, en la bodega de su cuñada, y allí sobrevivió cuatro años, hasta que los efectos de un cáncer de hígado obligaron a su hijo Antonio, de dieciséis años, a trasladarlo en taxi al sanatorio Miranda. Estuvo once días hospitalizado antes de que su hijo lo devolviera a morir en Viloria, donde lo enterró en su trinchera de la bodega. Pero ni ahí pudo descansar. Ahora se rescata la nobleza de su memoria.

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