Diario de León
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TOMÉ
León

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Leer y saber es la mejor medicina contra la necedad, bálsamo especialmente indicado para contrarrestar el deporte favorito de los leoneses, que no es otro que machacarse y autoculparse. Mal pinta el futuro para nuestras gentes, es cierto, afectadas en demasía por el infierno atroz de la crisis provocada por la burbuja inmobiliaria y otros desórdenes políticos. León se ha ido hundiendo en la ciénaga terminal de una irremediable decadencia que, si de alguna forma puede atemperarse, es mediante la promoción y difusión de los extraordinarios valores artísticos y patrimoniales que luce la capital. Porque León, a Dios gracias, es una vieja y digna dama con un gran pasado que mostrar, explicitado en las calles salpicadas de casas nobles, fachadas monumentales y exquisitos palacios diseñados al gusto clásico. No es que León esté gozoso, como parece rezar el titular de estas líneas, sino que me refiero a la visión que de nuestra ciudad ofrece Joaquín Alegre, responsable de la editorial Rimpego, en una preciosa guía para el recuerdo que anda dando vueltas desde hace meses por las librerías locales.

No la había leído hasta ahora, mea culpa, pero reconozco como cierta esa reputación que rodea a Joaquín acerca de saber lo que otros no conocen con respecto a León. Así lo demuestra en un recorrido por la historia y el mito de las ilustres glorias de la que fuera gran ciudad imperial. La geografía doméstica es propicia para realizar un gratificante e instructivo paseo, riguroso en este caso como las leyes de Moisés, por la biografía familiar y afectiva de una capital con estatus de leyenda. Lo que han hecho unos y otros con León es igual que matar un ruiseñor a pedradas, pero de forma casi milagrosa aún perviven las joyas milenarias de aquel León de sabor arcaico que se niega, obstinado, a rendirse. Y hasta aquí puedo contar.

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