TRIBUNA
Carta abierta a las autoridades educativas
Ésta pretende ser una carta a las autoridades educativas, escueta, franca y sin ánimo de polémicas inútiles, pero firme y segura, porque aborda un derecho de los más elementales de los ciudadanos, como es la educación en los niveles básicos. Cada vez son más evidentes las consecuencias dramáticas de los recortes en educación, especialmente en estos momentos donde se comprueba esta dura y amarga realidad: multitud de estudiantes no son admitidos en diversos ciclos formativos de grado medio y superior. Las listas de los no admitidos a veces superan y duplican a las de admitidos. Donde hace dos o tres años existían varios grupos para una determinada especialidad, en un centro educativo, este año sólo hay un grupo. ¿Saben realmente los responsables educativos lo que esto supone? ¿Se pueden justificar y aceptar esas medidas en nuestra democracia española? ¿Qué pretenden que hagan esos cientos (quizá miles) de los más jóvenes, que no encuentran un puesto de trabajo y —lo que es más grave e injustificable—no pueden seguir estudiando porque se les deniega una plaza en un centro educativo medio? Algunos se ven obligados a matricularse en la enseñanza privada, con el enorme sacrificio que ello supone para tantas familias hoy en apuros económicos; otros no tienen la oportunidad de la privada o, lo que es peor, no pueden permitírselo.
No se trata, en este caso, de aspirar a ser inspectores de hacienda ni de obtener masteres especializados (donde se comprende que no todos sean admitidos), se trata de reclamar lo más básico y elemental para los jóvenes de hoy: estudiar un ciclo formativo, y aquí encuentran muchos las puertas cerradas. ¿Cuál ha de ser el futuro de estos jóvenes? ¿Podemos sorprendernos de que algunos escojan el camino de las drogas y la bebida, de la violencia y la marginación social? ¿Y quiénes son los que les han abierto esas puertas al cerrarles las otras? ¿No es ésta una de las medidas más injustas y antisociales en estos tiempos tan difíciles para los españoles y, muy en especial, para nuestros jóvenes? ¿Qué futuro les espera? ¿Y si ellos no tienen futuro, puede tenerlo la sociedad española? ¿No se está generando una sociedad de marginados sociales que, un día, pueden estallar en revoluciones sociales incontenibles y de consecuencias lamentables y trágicas para todos, también para los no marginados?
Hoy no surgen más que preguntas, y preguntas con un fondo dramático. Las respuestas las esperan, de los responsables educativos, y con todo derecho, multitud de jóvenes y de padres angustiados, ante una grave injusticia social. Apelamos, desde esta tribuna que marca, en buena medida, el termómetro de la vida social de los leoneses, a que las autoridades educativas sean sensibles ante los dramas humanos que, en estos mismos momentos, están sufriendo muchas familias, y de aquí a septiembre, rectifiquen lo que, a nuestro entender, es posible. Siéntense las autoridades políticas y educativas a considerar la forma de aumentar las plazas para estos ciclos formativos, la única esperanza de muchos jóvenes; ajusten sus cuentas reconociendo que —como ustedes han manifestado públicamente— la educación (y la salud) son prioritarias en toda democracia. Seguro que el presupuesto para dar justa satisfacción a estos jóvenes está al alcance de la administración autonómica, sobre todo si se tiene la suficiente voluntad y sensibilidad políticas para ello.
De lo contrario, ¿cómo van a sorprenderse —los responsables políticos— de que una buena parte de esos jóvenes, sobre todo, muestren su confianza en los partidos emergentes? Es de cajón, ¿qué pueden esperar, en estos momentos, todos esos jóvenes y sectores sociales marginados de los dos partidos mayoritarios, y en especial del que está, hoy, en el poder? Hagan ustedes un conveniente y deseable ejercicio de humildad y desciendan al duro y doloroso mundo de los ciudadanos que sufren y, a la vez, esperan la comprensión y, sobre todo, las decisiones justas de sus dirigentes. Eso es lo que desean, hoy, muchos jóvenes y sus familias, así como este servidor que, como educador, les anima y les apoya para que, unidos, defiendan sus justas reivindicaciones.