Aquí, Perejil

Tiene ese embalse su cota alta para estar ya mediando julio... buena señal, así no blasfemará este año el azadón por racionarle el riego.

El agua generosa que ahí se empantana resbaló antes por los montes de Luna dejándoles hoy esporpollados con un verdor de roble, gorbizo o piornal que da gusto verlos... y quien sepa oír a los árboles oirá cómo sisean rezando cuando les peina el viento o al entrar de Asturias el calabrón de nube reptante... rezan para que la cerilla de incontenida manía estival no les chamusque el rabo o les achicharre el gozo.

Creo que hasta los cipreses de la Toscana tendrían envidia de esas sabinas de Mirantes y Miñera que tiran ladera arriba hasta la misma peña calva como dispersos rebaños de obeliscos verdes petados en un campo de batalla ganada (por ahora).

Hace unos días se rodaron ahí escenas de Tríptico , el cortometraje que dirige Man Martínez. Me adelanté a las vísperas y al horario y tuve tiempo de pasear el sitio y las cercanías que me son tan viejas y familiares. Todo el paraje era de postal: el sol daba de plano, sólo seis nubes contadas, el cielo azuleaba limpio, corría brisa fresquilla y el agua tenía también turquesas.

Incluso la vegetación del único islote de este pantano me pareció esplendorosa... ¡ah, misterioso islote!... ese islote me roba como un imán desde pequeño todas las miradas que pueda darle cada vez que me lo cruzo... lo hago como esperando ver algo espeluznante o salvaje en su escaso territorio... y todo, porque mi tío Vitalino, la infalible autoridad familiar en asuntos de historia, asombraba a la sobrinada con una bendita patraña según la cual, al cerrarse la presa e ir subiendo las aguas del embalse, las ratas, culebras y sabandijas del todo aquel valle quedaron atrapadas allí poblando esa isla en la que nadie se atrevería a poner el pie.

Desde entonces, me gusta mantener el mito contándoselo a todo guaje para ver su cara de espanto... o de aventura. Pero me jodieron el mito el otro día al ver plantada ahí una bandera española de alto mástil... ¡¿y eso?!... sólo pude pensar en algún Trillo cazurrante que quiso emular ahí la chusca proeza del islote de Perejil... he de preguntar.