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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Antes las palabras significaban cosas. Había una palabra para chistar al perro a que reuniese las vacas (‘dala’), dos en el mus para las parejas de caballos (‘Banco Bilbao’) y cuatro para cuando el gobierno te expropia un emporio (‘que te pego, leche’). Las pronunciabas y todo el mundo sabía de lo que estabas hablando. Pero hoy las palabras apenas significan nada, quizá porque se asiste a un verdadero cañoneo de ellas desde medios cada vez más numerosos, multiformes y anodinos, porque no dejan de caer en precipitación como moscas del vinagre, plaga bíblica de discursos agoreros o insípidos o pelmazos, y la gente soporta los telediarios como quien oye llover, inevitable borrasca de fondo.

De ahí que al cabo del día se diga o escriba de todo, y que las estupideces se den de codazos con las genialidades en incómoda cohabitación. La gente increpa o acusa desde detrás del enjambre informativo, y del miedo o la pereza a una respuesta justa, y de lo cara que resulta la factura del juzgado, y por eso se escuchan, en antedespachos de partidos, en calles y en centros de trabajo, auténticas burradas que quedan impunes, bailoteando en el aire como un comentario sobre el tiempo.

Aún así, sorprende la desmemoria o la vileza. Usar una palabra que durante décadas fue sinónimo de dolor -especialmente para la gente de tu propio partido- y de una errónea y deshumanizada teoría que admite la violencia para conseguir independencia territorial, como si fuese el comodín de la baraja del insulto, resulta triste y escalofriante. A modo de triunfal lingüista, Aguirre ha acuñado un término de fabulosa sinonimia que lo mismo vale para coger al rojo por la coleta que para desarmar a cualquier adversario de tertulia. No hacen falta argumentos. Tampoco que el otro lo niegue hasta la saciedad. Cruce usted las piernas, ponga cara de madre del barrio de Salamanca con hijo en la droga, olvide los tiros por la espalda y los coches bomba y diga: «Es ETA». El resultado, igual que susurrar en Salem que la vecina tiene un gato negro de mascota. Adiós al razonar, cosa rara de intelectuales invertidos, vengan los simplismos comentados en la cola del súper. Y el niño acusica dirá del que tiró un petardo en la papelera: «¡Seño, fue ese! ¡Y es ETA!».

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