Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS por ARTURO PEREIRA

Los servicios secretos

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Sirva este artículo para hacer ver a los que consideran que España es un país que no merece la pena y que los españoles somos un desastre sin remedio, que tenemos un pasado grande y que algo de bueno tendremos cuando fuimos sin lugar a dudas los mejores.

Con la llegada al trono de Felipe II (1527-1598) España se convirtió en la única superpotencia a nivel mundial. Esto tenía un coste económico y militar. En cierto sentido ambos aspectos iban unidos, pues el gasto militar, como le ha ocurrido a todas las superpotencias a lo largo de la Historia, marcaba el ritmo de la economía nacional.

Rodeada de enemigos, España necesitó un potente ejército para defender todos los frentes que tenía abiertos. En Centroeuropa luchaba contra franceses y protestantes de los Países Bajos, combatía a los ingleses que se querían quedar con nuestras colonias de ultramar, con Portugal y en el Mediterráneo contra los turcos. No faltaba nadie. Nuestra patria era la mayor depositaria del poder político, económico y militar de la época. Garante del catolicismo, se ganó la enemistad de muchos pueblos solamente por ser el guardián del Concilio de Trento.

Durante el reinado de Felipe II sólo hubo seis meses de paz. El rey era consciente de que no podía haber paz en un imperio tan grande y afirmó: «Es así, y la experiencia y ejemplos pasados lo demuestran, que tantos reinos y señoríos como se han juntado a esta corona, no pueden estar sin guerra en diferentes partes, ya para defender lo adquirido, ya para divertir a mis enemigos».

Gobernar este imperio no era nada fácil. El historiador Braudel afirma que: «Gobernar es también escuchar, espiar, sorprender al adversario». En esto también éramos los mejores. España tenía una administración ejemplar y los servicios de inteligencia eran una parte más de esa administración. Todo lugar era bueno para espiar y todo recurso del Estado susceptible de ser utilizado para tal fin. El propio monarca, por su propio carácter y forma de gobernar, utilizaba de forma permanente fuentes reservadas de información para la gestión de la cosa pública.

El monarca era la cabeza de los servicios secretos y la dirección de los mismos correspondía al rey y al Consejo de Estado. Este último tenía como responsabilidad máxima la política exterior. El rey era el responsable de proponer y dar el visto bueno a las misiones, control de pagos y gastos secretos, control de la cifra, coordinación de la información y utilización del correo y finalmente, la adopción de medidas de seguridad que debían acompañar a todas las misiones secretas.

Otras figuras que desarrollaron un papel determinante en las funciones de los servicios secretos fueron los embajadores, virreyes y gobernadores. Las amenazas al reino provenían del exterior, por ello la labor de obtención de información de los embajadores era fundamental. Los secretarios de Estado se situaban entre el monarca y el Consejo de Estado encargándose de la redacción de las consultas del Consejo y recopilar toda la información necesaria para las deliberaciones de éste. Eran quienes en la práctica dirigían las operaciones de espionaje aunque bajo la autorización y rendición de cuentas ante el rey. Destacan por su papel en este campo Antonio Pérez, Gabriel de Zayas y Juan de Idiáquez.

A finales del reinado de Felipe II se creó la figura del «espía mayor». Tenía el rango de secretario de Estado e intentó liberar de parte de la responsabilidad de estos últimos debido a la gran carga de trabajo que debía soportar, además de intentar coordinar mejor toda la actividad de espionaje. El resto de los componentes del espionaje era de lo más variado, militares, comerciantes, prostitutas o cualquier persona con suficiente habilidad para obtener información. Las motivaciones para ser espía eran muy variadas. Servir al rey era la principal, el orgullo de ser español y ganar honor y prestigio o simplemente considerar que ayudando al rey se ayudaba a la Iglesia Católica frente a los herejes.

Especial mención debe hacerse a la lucha sin cuartel entre los espías españoles y los ingleses. Los ingleses alcanzaron su mayor esplendor bajo el mando de Sir Francis Walsingham cuando fue nombrado secretario de Estado en 1573. Walsingham llenó de espías todos los lugares donde hubiera un español. La Corte inglesa, el Vaticano, Centroeuropa, hasta Constantinopla. Vivía obsesionado con la amenaza española. Debe precisarse que sus espías eran más prosaicos que los españoles y el dinero era su principal motivación.

A pesar de algún fracaso como la conspiración de Babington que fue un intento fallido de asesinar a la reina Isabel I de Inglaterra, los espías de Felipe II hicieron muy bien su trabajo. Protegieron el imperio de múltiples amenazas, lograron poner histérica a la reina Isabel ante la amenaza de invasión que sólo la climatología pudo impedir, el propio Walsingham reconoció que si los españoles ponían pie en las playas inglesas todo estaría perdido para ellos.

En fin, fuimos los dueños del mundo y ello en gran parte gracias a nuestros espías. No somos tan desastre como pensamos o nos hacen creer, simplemente no estamos en nuestro mejor momento. En todo caso, fuera no atan los perros con longanizas que yo sepa.

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