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Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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La montaña leonesa está organizada en espacios comarcales dotados de una poderosa identidad que, aparte de las asechanzas del carbón, de una autopista enrevesada y de los pantanos, apenas ha padecido alteraciones. Omaña estrenó este siglo en una situación terminal, de manera que sus setenta y cinco núcleos de población, repartidos por el peine del valle, por la Lomba y por Valdesamario, apenas alcanzan en verano los dos mil habitantes. Tanto abandono ha propiciado una recuperación espectacular del medio natural. Las antiguas tierras de centeno van siendo colonizadas por el monte bajo, mientras los prados que tapizan el curso arbolado del río siguen delimitados por sebes, sus cercas vegetales de siempre.

En la cabecera, al pie de los montes que alimentan las fuentes del río, se asienta Murias de Paredes, la que fue capital administrativa de las comarcas de esta montaña occidental: Luna, Babia, Laciana y Omaña. Los romanos, al bautizar la comarca como Humania, que quiere decir habitada por hombres como dioses, supieron captar el talante indómito de sus pobladores. A lo largo del valle, desde el Cuvichón de Murias a Las Omañas, quedan testimonios abundantes de unas explotaciones auríferas que se consideran las segundas en importancia del noroeste, después de las Médulas bercianas. En verano, Cuatro Valles organiza actividades de rescate de aquel perdido Eldorado, enseñando a cribar las arenas del río en busca de pepitas de oro, como hacían a veces con fortuna los primitivos aureanos.

A lo largo de Omaña y de sus valles caudales son frecuentes las casonas nobiliarias, en general venidas a menos, pero con una heráldica orgullosa que se resiste a perder sus trazas. Hace un siglo Murias era uno de los distritos de la Restauración, donde se manejaban los asuntos de la montaña. Incluso contaba con una acreditada colonia en Madrid, que se distinguía por su porte señorial y por el caché de los almuerzos que periódicamente organizaba en el Ritz, para suavizar a los ministros de la época. Así que la curia de Murias no era levítica, sino civil: un tropel de abogados, procuradores, jueces, registradores o notarios con tanto lustre como altruismo. De todo aquel repertorio postinero Murias conserva una casona solariega, cuyo tamaño abruma al resto del caserío. De sus zahúrdas partió la Cuerda de presos novelada por Tomás Salvador, para recorrer el piedemonte cantábrico. Recuperada del abandono por el tesón de la alcaldesa Carmen Mallo, la casona abrió sus puertas a la cultura para acoger exposiciones que desvelan los pliegues de la memoria y aspira a mostrar la riqueza natural de la Reserva de la Biosfera. Este domingo la feria de artesanía con sus músicas tradicionales celebra la vitalidad del verano.

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