Diario de León

TRIBUNA

El muro de Adriano y la inmigración irregular

Publicado por
PRofesor de Fenomenología Criminal de UNED-IUGM y escritor
León

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El muro de Adriano fue una gran obra de ingeniería civil de nuestra Era. El emperador Adriano, nacido en Hispania, lo mandó construir entre los años 122-132 después de Cristo para delimitar a lo largo de 117 kilómetros la frontera del Imperio en la provincia romana de Britania. La muralla pretendía mantener la estabilidad económica del Estado y evitar que los bárbaros penetrasen en territorio civilizado. Al poco de levantarlo fue atravesado por la presión de la multitud del sur que quería participar de la bonanza de Roma. Se vino abajo definitivamente en el año 383. Ponerle puertas físicas al campo para frenar los anhelos de la gente del otro lado no sirvió de mucho.

Dos siglos después, ¿servirán de algo las vallas de Ceuta y Melilla? Depende. La necesidad extrema se caracteriza por no conocer límites divisorios ni banderas. Es un código natural.

Las migraciones se suelen juzgar fundamentalmente desde dos ópticas: la humana y la jurídica. En el primer caso, tal como revela el viejo aforismo del pensador, nada de lo humano nos debe ser ajeno. Gran verdad que no admite objeción. Así, desde el punto de vista del ordenamiento jurídico propio y del Derecho internacional público la cosa cambia; ¿es tolerable que se tomen al asalto las fronteras de un país? No, evidentemente.

El fenómeno de los flujos migratorios resulta tan antiguo como la historia que va de las cuevas de cromañón a los rascacielos de Nueva York. Forma parte de la vida misma. Por las buenas o por las bravas, pero así es. Los desplazamientos de personas, voluntarios o forzados, se iniciaron hace millones de años y la querencia sigue presente en nuestros genes. Las emigraciones y las inmigraciones en masa o a cuentagotas han originado la expansión de la humanidad y por consiguiente los movimientos culturales, económicos, geográficos, religiosos y políticos. Cristóbal Colón o los astronautas del Apolo tendrían bastante que decir al respecto.

Desde los mullidos sofás de Occidente damos por hecho que cuando se abre un grifo sale agua. No hay que ir muy lejos para tropezar con otro escenario deprimente. En infinidad de lugares habitados del planeta ni hay tuberías ni agua potable. A menos de treinta kilómetros de España, en numerosas regiones del Magreb y su vecino el Sahel, encontraremos una realidad atiborrada de carencias y miseria.

No obstante, filosofar acerca de esta materia resulta sencillo sobre el papel. Se trata, en fin, de darle vueltas al tema y primar el aspecto humano. Antes que ciudadanos de un determinado país somos individuos con necesidades vitales. Cualquiera mínimamente solidario y de conciencia social probada firmaría este planteamiento. Ahora bien, cómo se hace compatible en el mundo globalizado del siglo XXI la obligación ancestral del hombre y de la mujer a vivir dignamente y sacar adelante a su familia, con la carga de los Estados para preservar su territorio y evitar una invasión lenta o repentina.

Ceuta y Melilla son por su ubicación geoestratégica, entre otras zonas cardinales, un arquetipo del muro de Adriano en la actual Unión Europea. Miles de «sin papeles» (nadie merece ser llamado «ilegal») llegan a España y al resto de la UE del espacio Schengen de libre circulación saltando las vallas de las dos ciudades españolas en África. Otros lo intentan en patera atravesando, cual épica de Ulises, el estrecho de Gibraltar camino de la península donde se estima que en las últimas décadas han perecido 8.000 subsaharianos.

Los cuerpos policiales aplican protocolos de prevención, rechazo y expulsión pero lo cierto es que las avalanchas hablan por sí mismas pese a los análisis de inteligencia y riesgos elaborados por los agentes. Cuando los extranjeros, embestido y franqueado el perímetro fronterizo, corren incontenibles a entregarse en la comisaría para estar seguros y que les den techo, comida y atención médica en el CETI, pone de manifiesto que la situación que padecen al otro lado es terrible. Doy fe de ello.

Así las cosas, hay que obrar en consecuencia. El libro de ensayo o tratado lo admite todo. Las teorías en sí mismas están muy bien pero son inútiles a menos que puedan ser puestas en práctica y progresar. El paso del tiempo sin tomar medidas apropiadas no arregla los problemas; al contrario. Se hace inexcusable combinar el iusnaturalismo o Derecho natural de todo hombre a tener futuro en el planeta del que es hijo, con el respeto al ordenamiento jurídico propio e internacional. Esto es, ayuda oficial al desarrollo de los pueblos empobrecidos, reforzamiento y a la vez estímulo de la inmigración legal y su integración social, políticas contra la trata de personas por las mafias, erradicación del neoesclavismo y, por supuesto, garantía de Derechos Humanos. Sin olvidar, lógicamente, la figura del asilo.

Un estudio de la ONU demuestra que las inmigraciones regularizadas evitan el síndrome del extranjero abatido, contribuyen al aumento de la demanda en el sector de bienes y servicios en el país de destino y ampara sus lugares de procedencia por el dinero que envían. A ello hay que unir el beneficio del mestizaje y el rejuvenecimiento de la población envejecida y por tanto jubilada.

El muro de Adriano demostró que durante un periodo se podía delimitar el espacio jurídico de una civilización próspera y avanzada, pero no logró parar el empeño de las personas que buscaban precisamente esa condición. Es una ley de innatismo atávico que está por encima de legislaciones y reglamentos al detalle. El problema de los que viven en la miseria es que les ocupa todo el tiempo excepto cuando tocan fondo y huyen a la desesperada sin nada que perder porque nada poseen; entonces el conflicto nos mira directamente a los ojos y comprendemos que formamos parte de él aunque queramos cerrar los párpados y evitarlo. Craso error.

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