Cerrar
Publicado por
Manuel Alcántara
León

Creado:

Actualizado:

En:

Cuando las cosas parecen ir mejor, o sea, a menos mal, surge del cenagoso pantano un nuevo truhán, aunque algunos le conocieran de antiguo.

El llamado Jenaro García, no sólo aspira a inmortalizar su apellido, sino a sustituir al zarandeado linaje de los Pujol. Nada mejor que cambiar de nombres para seguir la misma conversación, que tiene mucho que hablar.

El tal Jenaro nunca llegará a generar unas críticas equiparables a las que ha suscitado el clan del exHonorable, pero lo está reemplazando.

Ya sabemos que lo que no sucede en las portadas de los diarios ni en las televisiones es como si no pasara, pero no hay manera de ocultar que Gowex ganó hasta 6.000 millones de una sola tacada por el procedimiento habitual: alterar las reglas del mercado, lo que equivale a decir que engañando a los más pobres.

Su digna esposa acaba de mover todos los fondos de Sudamérica para sacarlo a flote y de momento impide que don Jenaro ingrese en unas de las repletas cárceles donde no les da tiempo a pudrirse a los que están podridos de dinero.

La nueva promoción de granujas está esturbiando nuestra alegría.

Casi nos creemos que la crisis empieza a superarse, aunque únicamente la superen los que no la atravesaron jamás. Cuando empezábamos a cantar victoria antes de haberla derrotado, hasta los que están roncos de tanto chillar, empezaron a alegrarse. Ya se sabe que a los acostumbrados a perder, hasta ganar les enfada.

Para saber ponerse contentos es necesario algún ejercicio previo y la gente no acaba de creerse que va a ser feliz a tiempo parcial.

Es cierto que el paro ha bajado, pero también lo es que no lo hemos perdido de vista y que el moroso del verano, tan cálido como siempre, puede durar menos que nunca.

Hay que arreglar muchas cosas mientras se siguen deteniendo a algunos consejeros de la Junta y de otros cónclaves por los fraudes en los cursos de formación.

Estamos en vísperas de algo, pero no sabemos realidad de qué. A los barómetros políticos nunca les ha hecho caso el tiempo, que suele contradecirlos. Se les ha echado encima, con «un fracaso de cristales».