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Publicado por
Ara Antón.
León

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Cuando saltan noticias como la que nos ocupa estos días, uno nunca deja de sentir asombro, además de preocupación y dolor por los múltiples males que aplastan a la humanidad. Asombro, digo, de que haya gentes de la categoría del padre Miguel Pajares.

Nosotros, los hijos de la Ilustración, los descreídos materialistas, que nos preocupamos principalmente en conseguir un coche más grande o una vivienda más cómoda, aparte del «modelete» de marca renombrada y de lograr una reserva en el restaurante de moda para que nos vean los conocidos —porque amigos tenemos pocos— y piensen que manejamos mucho más dinero del que en realidad poseemos; nosotros, de repente, descubrimos que hay personas cuyo único fin en la vida es darse a los demás. Darse no solamente en trabajo u oración; están dispuestos a entregar su vida por mejorar las de sus semejantes. Miguel Pajares era uno de esos raros especímenes. Como él, unos pocos cientos más y, casualidad —diríamos los modernos descreídos—, la mayoría pertenecen a comunidades religiosas, aunque también hay seglares, como los doctores Abhay y Rani Bang, empeñados en reducir las muertes de bebés en la India. Para ello, han llegado a fundar una aldea, porque no bastan las palabras cuando estos apóstoles de la entrega buscan sacar a las gentes de hábitos o tradiciones dañinas para ellos o sus descendientes. Este poblado, humilde pero con luz eléctrica y saneamientos, en donde los hombres no conviven con los animales y donde todo está escrupulosamente limpio, se ofrece a los ojos de los que lo rodean, en un silencioso ejemplo para conseguir evitar las defunciones por infección.

Sí, hay gentes así en el mundo y deberíamos recordarlo cada vez que criticamos, preferentemente a las iglesias, o concretamente a nuestra Iglesia católica, que seguramente, como seres humanos que son, habrán cometido y seguirán cometiendo errores, pero que también son capaces de formar héroes, de los que no estamos ni a la altura de sus sandalias. ¿Qué es sino su fe la que mueve su valentía?

Quizá también deberíamos prestar atención a las nuevas teorías del «pensamiento positivo», que la mayoría denostamos, por ser «cuentos actuales, con la misma base de superstición y manipulación». Martin Seligman, psicólogo y creador de cursos para niños con problemas psicológicos, opina que se puede aprender a transformar la ansiedad, el abatimiento o el enfado, cambiando nuestros pensamientos, los cuales, a su vez y con un esfuerzo mantenido, serán capaces de modificar nuestros sentimientos.

No se puede pedir a nadie el esfuerzo titánico de estos misioneros, pero a nuestro nivel, en nuestro entorno, con la familia y los amigos, sí que podríamos tratar de mudar pensamientos, y por ende sentimientos. Tal vez así, la vida de nuestros barrios, de nuestras ciudades, de nuestras «avanzadas» naciones occidentales sería más sencilla para todos. Aquí, de momento, no hay ébola, pero sí que hay necesidades importantes, que no parecen preocupar a nadie. Bueno, a Cáritas y otros pocos más sí.

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