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Tardaremos en saber el impacto social del caso Pujol. El impacto político es más fácil de ver: salvo por parte de CiU, las opiniones han sido muy críticas. Pero a los políticos la indignación les dura poco; la someten al interés partidista. Sí en el caso Pujol hemos tardado más de treinta años en enterarnos oficialmente de su «fiscalidad clandestina» —la frase es del ministro de Hacienda, ha sido porque «nunca tocaba» destapar el pastel—. Unos y otros, PSOE y PP, necesitaban a CiU para completar sus sudokus parlamentarios

¡Nada menos que 14 años, llevaba la Agencia Tributaria detrás de las cuentas de Pujol¡ Cuesta creer que en tanto tiempo y con tantos medios no hubieran conseguido la suficiente información como para, como mínimo, abrir un expediente, la conocida «paralela». Si lo hacen hasta con quien olvida u omite el importe de una conferencia ¡cómo no iban a tener materia suficiente en este caso!

La explicación, como digo hay que buscarla en la política. En los pactos, en la oportunidad política. A Felipe en 1983 le venía mal que CiU montara una insurrección en Cataluña y ordenó a la Fiscalía que no siguiera investigando el pufo de Banca Catalana. Casi lo habíamos olvidado, pero lo ha recordado el fiscal Jiménez Villarejo. Y, a juzgar por los resultados, tampoco la Agencia Tributaria hizo horas extraordinarias cuando Aznar se vio en la necesidad de firmar con Pujol el Pacto del Majestic. Durante todos estos años los políticos de la Transición fueron acomodándose al reparto de poder y a los beneficios que apareja un sistema en el que, pese a la separación formal de poderes, incluido el de la oposición, la estatura del Ejecutivo de turno sobresalía del resto de los poderes del Estado. También en las autonomías. Si convenía, si primaban las circunstancias, la decencia era sacrificada a la conveniencia. Todo, disfrazado, de culto al gran fetiche: la gobernabilidad. Poco a poco las arterias del sistema se fueron endureciendo y por eso estamos como estamos. Mal. Tan mal, tan desencantados, que llegan unos jóvenes desconocidos con un discurso en el que prima la demagogia —pero con un diagnóstico que conecta con un estado de indignación muy extendida entre capas transversales de la sociedad— y, ¿qué sucede? pues que en seis meses se hacen con una cabeza de puente en el Parlamento Europeo y las encuestas les sitúan ya como tercera fuerza política. Y subiendo.

Cuando hablo de que tardaremos en poder medir el impacto social del caso Pujol y el de otros que han contribuido a forjar la idea de que «todos los políticos son iguales», quiero decir la gente de a pie les está esperando en las urnas. No solo a los corruptos. También a quienes durante tantos años miraron hacia otra parte. Creo que el precio a pagar por la corrupción, será alto. Y el plato no será de gusto.