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El resentido fúnebre
AGregorio Marañón le seducía el estudio del resentimiento, e incluso escribió una deslumbrante biografía de Tiberio basada en esa terrible emoción que hace desgraciados a los hombres.
La escribió en París, en su exilio, mientras en España, los resentidos de toda laya fusilaban sindicalistas o curas, según los bandos.
El resentido es una persona amargada, convencida de que sus indudables méritos son despreciados por una sociedad que le maltrata. Naturalmente se trata de una percepción subjetiva, que no tiene nada que ver con la realidad, pero que asume como cierta, y le suscita una envidia irrefrenable ante cualquier éxito ajeno.
Yo creía que el porcentaje de resentidos en nuestro país había descendido, a medida que se extendía la cultura y el conocimiento, pero en cuanto fallece una personalidad conocida, de inmediato, como llamados al cumplimiento de su deber, aparecen los resentidos para echar basura sobre el muerto.
El resentido se expresa en los periódicos o en cualquier otro medio de comunicación, pero donde se muestra más desinhibido, más sincero, ayudado por el anonimato, es en Internet, y allí se explaya y aparece en toda su esplendorosa miseria.
En cuanto se supo el fallecimiento de Emilio Botín, los resentidos se lanzaron al insulto y a la denigración para intentar calmar sus frustraciones. Dediqué casi veinte minutos a repasar esta lista abominable de infamias, vertidas por personas que no le conocieron, tergiversando datos, manipulando circunstancias, atropellando cualquier escrúpulo que se interponga a la escabrosa tarea de denigrar.
Y da miedo, porque ya sabemos qué hicieron los resentidos en este país, cuando Gregorio Marañón tuvo que exiliarse.