Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Septiembre era el mes en el que intentabas acomodar tu cuerpo a la estrecha vida de piso cuando llevabas todo el verano hecho a la aireada vida del pueblo. Y te picaban los pantalones largos por falta de uso y te soplabas las postillas —heridas tremendas, llenas de gravilla y de temor al tétanos, vestigios de memorables trapisondas con la California BH— pensativo y ausente, y no comprendías la razón de tener que regresar a las lóbregas aulas ni al rugiente autobús escolar. Te parecía lamentable y casi cruel la manera que tenía este mes de cerrar tan abruptamente la aventura, cuando las semanas se reducían a pedalear y a leer tebeos bajo el nogal, y quizá por eso un primer día de curso, ante el saludo monótono, intolerable, de la maestra de preescolar, proclamé brioso: «Ya no me llamo Emilio. De hoy en adelante llamadme Carpanta». Iniciándose así, como es lógico, una larga riestra de desencuentros con el personal educativo.

Luego vendrían otras aventuras y otros retos, pero septiembre siempre conservaba ese sabor transicional y alumbrador, de dorada nostalgia, y la hoguera de San Juan Degollado humeando en la era despoblada de bicicletas y balones.

Y era en aquellos días raros cuando empezabas a darte cuenta de que la vida consistía en algo más que en dispararle a un gato en los huevos con una escopeta de aire comprimido. Porque nuestra generación, septembrina y mutable, no gasta la épica de la posguerra ni la del desarrollismo ni la de la Movida ni tan siquiera la de Internet. Los nacidos en los ultimísimos años setenta sólo disponemos de la de los veranos rurales, la de aprender con los agüelos cosas que nadie nos volvería a enseñar jamás, y si acaso también la de conseguir liarnos con la guapa de la clase en el pub La Raspa.

Somos hijos de aquellos septiembres. Una generación sin gurús y sin maestros, sin horarios ni liturgias, ni otros héroes que los ofrecidos por la editorial Bruguera. La generación de un mes de calma aparente y revolucionarias corrientes internas de la que se puede esperar de todo. Esa que, cualquier día de estos, se pone a dirigir el cotarro.

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