Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Te lo dice en su sacristía-consulta tu especialista, lo hace en un tono franco, pero serio y algo compasivo, vas a morir en un plazo corto, el cáncer ha estado obrando demasiado tiempo en tus entrañas y ya es inútil o improcedente plantear cualquier batalla que no sea la de abrirle una senda al buen morir y... ¡¡¿qué hacer?!!...

Pues cagarte de miedo, el mazazo te paraliza el respirar descontrolándote la cabeza y los esfínteres.

No será nada fácil que encares la noticia apretando músculo, afrontando los restos con entereza y ordenando la salida de este barrio. Lo normal es arrinconarse, refugiarse en tablas como toro estoqueado y, muchas veces, no querer ni ver a nadie porque una tristeza corrosiva se apodera del ánimo y de cada minuto, pero más que nada, de los ojos, pues ya todas tus miradas serán en realidad de despedida.

Y si terrible te será la noticia, a tu entorno cercano le derrumba... y eso es lo más crudo de la tragedia, ver rotos a los tuyos, aunque hagas un esfuerzo ímprobo por desdramatizar contagiándoles tu resignación positiva o irónica y un sentido deportivo en la derrota sin que tu humor lo delate jamás, como ha ocurrido en el caso del amigo que ayer despedimos robado su aliento en edad aún temprana, sesentaidós... no he visto otro caso igual de compostura, estilo y elegancia vital... nunca te hablada del zarpazo que le desentrañó si no se lo preguntabas con algún titubeo azaroso porque conoces de antemano la respuesta, que no era nunca la respuesta descriptiva que cabría esperarse, pues resolvía el trance con un sano cinismo ante la fatalidad y con alguna broma que a veces parecía hasta cruel, pero risueña, para exorcizar así los farios y las penas.

Eso es elegancia.

Hablo de Domingo Fuertes. De su trayectoria pública y empresarial tiene cuenta el lector y aquí se subraya, pero fue su entereza final la lección ejemplar que nos ha dejado y nos obliga. Señaló el preste en el funeral su capacidad para la conciliación, por ella trabajó; consígnese también junto a la franqueza cordial y nada cazurra que le precedía.

Que la eternidad te sea leve, amigo, lejos de este ingrato corral nuestro.

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