Diario de León

TRIBUNA

Foro u oferta en la Catedral

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Apenas León se viste con los dorados ornamentos naturales que despliega el otoño, en el calendario de las celebraciones alza sus centenarios pabellones la fiesta de Las Cantaderas, una ceremonia secular y singular, «por representarse en ella —son palabras del P. Lobera, escritas a finales del siglo XVI— el triunfo y victoria que los naturales de estas tierras alcanzaron de los moros en la batalla de Clavijo, mediante la cual quedaron descargados del pesado e infernal tributo de las cien doncellas, tan ignominioso y feo para su honra y autoridad».

La tradición fija la batalla de Clavijo en el día 22 de mayo del año 844. Y sostiene también que la aparición ecuestre del apóstol Santiago hizo posible que Ramiro I (842-850) derrotara al príncipe omeya Abd al-Rahmán II (833-852), triunfo que supuso la supresión del referido «nefando tributo». Actualmente, la contienda se estima fronteriza entre la historia y la leyenda. Aún así, nadie puede negar la importante influencia de dicha batalla en la intrahistoria leonesa.

Y tanto es así que en Las Políticas Ceremonias del Marqués de Fuente Oyuelo, en el capítulo XXXVIII, donde se habla «De la forma que se recibe a su Majestad cuando viene a esta Ciudad», el noble leonés del siglo XVII dice textualmente: «La forma de tomar posesión del Canonicato de esta insigne Catedral, que nuestros Reyes gozan, por serlo de León, con Bulas Pontificias, desde el tiempo del gran rey D. Ramiro que venció [en] la insigne batalla de Clavijo, no pertenece a este Ceremonial: ésta Santa Iglesia lo tiene escrito con verdad y erudición». Y acerca de este extremo, el P. Risco [ España Sagrada, Tomo XXXVI, pg. 145], refiere que con motivo de la visita a León de Felipe III, a principios de 1602, el monarca tomó posesión de su canonicato en nuestra S.I. Iglesia. Y añade: «De todo este suceso se halla en el Archivo [catedralicio] una relación hermosamente escrita y autorizada por el Licenciado don Pedro de Quevedo, canónigo de León, firmada en 8 de marzo de dicho año de 1602».

Al mismo tiempo, subrayemos que en la misma Catedral, en el brazo occidental del crucero norte, encima del sepulcro del obispo D. Martín II Rodríguez, el Zamorano, (1238-1242), que había sido canónigo en León y después obispo de Zamora, hubo una vidriera, datada en 1901, dedicada a la Batalla de Clavijo. De dicho monumento funerario tiene escrito Mª Ángela Franco Mata [ Escultura Gótica en León, 1976, pag. 430] que «es uno de los más fastuosos y bellos que ornan el templo; en él se revelan las poderosas dotes escultóricas de su autor (…) conocido por la posteridad con el nombre de Maestro de la Virgen Blanca». En cuanto a la vidriera, en el León de Pepe Gracia, el inolvidable fotógrafo leonés, a mi juicio, el mejor glosador gráfico de nuestra ciudad, con su estilo directo y castizo, dice lo siguiente: «Dicha vidriera es obra de mi padrino, D. Alberto González, que era plomero-vidriero en León (…) era abuelo de Fernando Suárez, político de renombre, y [de] su hermano José María también político en León. Hacia 1958 la desmontaron para trasladarla al Seminario, porque no armonizaba con el estilo del lugar, y allí pusieron otra con motivos florales».

El ceremonial del Foro u Oferta, que rememora el lejanísimo Tributo de las Cien Doncellas, conocido popularmente como la Fiesta de las Cantaderas, es una conmemoración que embellecen los fueros de la emotividad y los rangos del protocolo. Se trata de una estampa que forma y conforma el hermoso cortejo cívico-religioso que desde la Casa de la Poridad se dirige a la Catedral, y en el cual figura el Corregimiento, «en forma de ciudad», acompañado por los cuatro Maceros, la policía municipal de gala y la banda de música. Preceden a la representación municipal, un llamativo carro engalanado, tirado por una pareja de bueyes que muestran dos roscas de pan en las astas, la Sotadera, ataviada a la usanza morisca, y, naturalmente, las Cantaderas, que portan cestillos cargados con frutos típicos de la tierra leonesa.

En tiempos del precitado P. Lobera eran «doce niñas de hasta diez o doce años», pertenecientes a las parroquias de San Marcelo, Nuestra Señora del Mercado, San Martín y Santa Ana. Precisamente, de la primera partía entonces la mencionada Sotadera, que llegada desde Córdoba elegía a las Cien Doncellas. De la segunda salían los atabales y el salterio que figuraban en la comitiva.

Hoy, el acto tiene como escenario principal el claustro catedralicio. En el lienzo sur, ante Nuestra Señora del Foro y Oferta de Regla, emplazada en el tímpano protogótico del chantre Munio Ponzardi, fallecido el 19 de septiembre de 1240, la Sotadera deposita el arco floral que porta, y las Cantaderas, sus cestillos. Luego, ya en en el patio claustral, comienza la discusión entre el síndico municipal y el capitular eclesiástico.

Como es de dominio popular, cada año se repiten las tesis y las situaciones. El síndico mantiene con firmeza que se trata de una dádiva de carácter libre y voluntario, es decir, de una oferta, y, por su parte, el capitular defiende con tenacidad que acepta la entrega, pero, ineludiblemente, en condición de foro.

Después de tres intervenciones sustentadas en una florida oratoria, taraceada de retranca leonesa, la cosa, como es de rigor, termina sin acuerdo. Luego, los respectivos escribanos levantan de modo independiente la correspondiente acta del hecho. De esta forma, cada uno sitúa el paño en el púlpito que más le conviene. Y hasta el próximo año.

Al término de esta discusión, se celebra la Eucaristía. Y a la finalización de ésta, al son de la dulzaina y el tamboril, Cantaderas y Sotadera bailan la Cantiga X de Alfonso el Sabio, tal como han hecho al llegar y ante Nuestra Señora del Foro u Oferta. Y así concluye la ceremonia propiamente dicha.

La fiesta de Las Cantaderas ocupa lugar de privilegio en el imaginario colectivo legionense. En 1950, Mariano Domínguez Berrueta escribía que es una de esas «fiestas de aristocracia espiritual que requieren el ambiente de una ciudad que fue Corte de un Reino y una Catedral que es trono de la belleza». Indudablemente, estamos de acuerdo.

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