Tristes y confiados

Cuando una mujer española accede a los más altos cargos de responsabilidad no sólo tiene que demostrar que es más lista que los hombres, circunstancia que es estadísticamente comprobable, sino también que los hombres son más brutos, o bien que llevan más tiempo siéndolo.

Ana Botín, que lleva su caudal en su acaparador apellido, acaba de reconocer que los bancos han perdido la confianza que tenían entre la ciudadanía.

Nadie se fía de ellos porque ellos no le fían a nadie. Para que un banco te preste una pequeña cantidad de dinero tienes que demostrarle que tienes mucho.

Doña Ana, que sin duda está programada para sustituir a su papá, tiene una indudable ventaja sobre él, ya que va a seguir siendo una contemporánea durante mucho tiempo.

Ha confesado que los bancos han perdido la confianza de los que están al otro lado de la ventanilla. ¿Cómo se recuperan las cosas que nunca tuvimos?

Falla la confianza en el sector porque nunca ha sido de fiar, y para recobrarla hace falta una entidad, más o menos abstracta, que sin embargo sea «cercana y transparente». Dos condiciones que hace difíciles su estructura.

Cuando un amigo nos dice que tiene que ir por la mañana al banco, o cuando le decimos que tenemos que ir nosotros, siempre uno de los dos pone cara de pésame.

Ir al banco no es un trámite, sino un funeral. Lo peor no es que hayamos perdido la confianza en ellos, sino que siempre nos han hecho perder algún dinero. Hace falta tener mucho talento y muy poca vergüenza para prestarle a otra persona el dinero que no se tiene.

Vivimos tiempos tristes pero confiados. Nunca volverá, al menos para mí, un otoño como este que estamos viviendo.

Parafraseando a mi admirado Pablo Neruda, que me llamaba amigo en las dedicatorias de sus libros y en las largas sobremesas de Valparaíso, puedo decir que me recuerdo como estoy siendo en este otoño.

¡Qué pena tener que ocuparse de la siniestra familia Pujol y de Bárcenas, entre otros patriotas, con el poco tiempo que me queda!