Diario de León
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ERNESTO ESCAPA
León

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El declive de la arriería empujó a los más audaces del Val a trasladarse a Palencia, donde copiaron el proceso de fabricación de sus mantas. Después de tres meses de cauteloso espionaje, volvieron al pueblo para poner en marcha un siglo de prosperidad textil. Val de San Lorenzo es un pueblo inusual y singular dentro de la Maragatería. Hasta mediados del diecinueve, cuando el ferrocarril jubiló al transporte arriero, sus vecinos compartían los trajines del camino con el trabajo casero de la lana y una agricultura de subsistencia. De estas últimas labores se ocupaban las mujeres. Pero de repente la arriería se vio relegada y los hombres quedaron varados en casa. En Val de San Román enseguida se aplicaron a la fabricación de carbón vegetal, que luego iban a vender como cisco de brasero al clero y pudientes de Astorga. Los más audaces incluso hacían el camino hasta Madrid, aunque la recaudación de los tizones no pagaba el viaje.

En Val de San Lorenzo, la evasión no resultaba tan fácil. Ni siquiera había monte donde hornear. Así que quienes no consiguieron con la mudanza un empleo de pescadero en Madrid, tuvieron que acomodarse a arrimar el hombro en lo que había. Los pueblos bajos del Turienzo, que es un río que viene de los Montes de León a nutrir al Tuerto en Nistal, contaban con una tradición doméstica en la elaboración de paños. Ese afán se daba en el Val pero también en los pequeños núcleos de la Sequeda, «mínima comarca de centenos pobres entre nubes altas», como la dibujó un siglo más tarde el poeta Leopoldo Panero. Sin embargo, perdida la ventaja de su transporte arriero, aquella burda pañería de trapalejos y mantas berrendas para el pastoreo y la intemperie agrícola no daba más de sí. Conocían la demanda del mercado, pero carecían de maquinaria para fabricar cobertores y mantas que resultaran atractivas a la incipiente burguesía. Tres meses en la Puebla palentina les dieron los secretos del proceso.

Cuarenta años más tarde, la Exposición de París galardonó las mantas del Val. Ahora el batán y la exposición de la Comunal ilustran el esplendor de aquella actividad en decadencia. El batán recrea el trabajo de la lana y comparte la «fina frontera de juncos y ramas» del Turienzo con una biblioteca de 1930. La moderna fábrica de la Comunal, constituida por 73 vecinos en 1920, alberga la exposición de maquinaria textil traída de Béjar y Cataluña en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, que estuvo en funcionamiento hasta 1990. El edificio se construyó en 1953, entre la carretera de Valdespino y la calle del Medio, y acoge ingenios como el diablo abridor, un ar-tilugio que dispone la lana recién lavada y la rocía con aceite para que la hiladura no se rompa. Legado de los espías.

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