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Publicado por
antonio papell
León

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La curación de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería que se contagió durante el cumplimiento de su deber en el hospital Carlos III, cierra de momento el ciclo del ébola en nuestro país, a falta de que se dé el alta definitiva tras la cuarentena a los internados precautoriamente en el mismo hospital. Es, pues, hora de tratar de extraer algunas conclusiones útiles.

El contagio puso de manifiesto fallos en el sistema de tratamiento de la enfermedad. En efecto, la auxiliar de enfermería debió contagiarse en una de sus dos entradas a la zona de exclusión, una de ellas para cambiar el pañal a Manuel García Viejo y otra, tras su fallecimiento, a limpiar la habitación y retirar el material. El 27 de septiembre se va de vacaciones y el único control a que queda sometida es a la obligación de tomarse la temperatura dos veces al día. El resto de la historia es conocida: se siente mal, llama al Servicio de Prevención de Riesgos Laborales del Carlos III que no da importancia a su malestar porque no alcanza 38,6 grados de fiebre; va al hospital de Alcorcón. Pudo haber contagiado a numerosas personas. Con toda evidencia, el control de quienes habían estado en contacto con el virus debió haber sido más riguroso y estricto.

Cuando finalmente se diagnostica su enfermedad e ingresa en el Carlos III, cunde el desconcierto más absoluto en la Sanidad madrileña y estatal. La ministra se ve desbordada y trasmite sensación de impotencia; el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid desbarra y culpa de lo ocurrido a la auxiliar de enfermería. La opinión pública se irrita sobremanera.

Y cinco días después, el Gobierno organiza una comisión especial presidida por la vicepresidenta que, apoyada en una comisión técnica, se hace cargo de la situación. Desde este momento, el problema aparece controlado.

Nuestro sistema sanitario público es de los mejores del mundo, y quizá el mejor de todos. Sin embargo, como suele suceder en prácticamente todos los países de nuestro entorno, no disponemos de un sistema de medicina preventiva. Y si esto es así en el ámbito de las enfermedades habituales, lo es todavía más en el campo de las epidemias exóticas como el ebola o las enfermedades tropicales. De hecho, el hospital Carlos III, creado en 1990 por fusión de otros centros y que pasó a ser el Centro de Investigación Clínica y de Medicina Preventiva estaba siendo reconvertido en un centro de media y larga estancia para pacientes crónicos. La Comunidad de Madrid había manifestado su exigencia de que un centro de referencia que había de servir para todo el Estado fuese sufragado con fondos estatales. Lo cierto es que al anunciarse la llegada del primero de los misioneros infectados hubo que reacomodar unas instalaciones que se estaban desmantelando.

Lo ocurrido debería servir, al menos, para salvar definitivamente el Carlos III y potenciar la medicina preventiva. Pude haber más ébolas en el futuro.

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