Diario de León

PANORAMA

Cien días de Pedro Sánchez

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antonio papell
León

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El próximo fin de semana, el PSOE celebra los cien días del nuevo secretario general, un periodo de gracia que, al menos en otro tiempo, se otorgaba al recién aterrizado antes de someterle a las críticas habituales de la contienda política. En esta ocasión, no ha habido tregua, pero el cumplimiento de dicho plazo se presta a una evaluación del trayecto recorrido, que ha sido intenso. No se le puede negar que ha actuado con celeridad —quizá excesiva, incluso, porque ha faltado alguna dosis mayor de serenidad en los planteamientos— en los aspectos más urgentes de su mandato. Por una parte, ha acercado el partido a la militancia y a la sociedad: elegido él mismo en primarias, previas al congreso extraordinario de julio, ha extendido este procedimiento de selección de líderes a todos los ámbitos de representación o de poder, al tiempo que ha implantado un sistema de asambleas abiertas para conectar con los militantes. El próximo 26 de julio, Sánchez se someterá a unas primarias abiertas para optar a candidato a la presidencia del Gobierno.

Por otra parte, el nuevo líder ha impuesto un estilo distinto, caracterizado por la total transparencia. Un nuevo y riguroso código ético aprobado en tiempo récord limita los mandatos, establece incompatibilidades rigurosas para parlamentarios y controles estrictos para todos los cargos públicos, y obliga al abandono del partido a quienes lleguen a la vista oral en episodios de corrupción. La expulsión sin contemplaciones de todos los implicados en las tarjetas ‘black’ de Caja Madrid ha sido el testimonio plástico del rigor que se piensa aplicar.

Por último, Sánchez ha empezado a identificar los grandes desafíos que hay que afrontar cuanto antes, porque la opinión pública está perdiendo la paciencia: la reactivación económica para ir reduciendo la insoportable tasa de paro; la regeneración democrática, que ha de incluir una reforma de la ley de Partidos, para reconectar el sistema representativo con la ciudadanía, y la reforma constitucional para modernizar el régimen y contribuir a resolver el contencioso abierto con Cataluña.

Todos estos designios se han abordado con prisas porque el tiempo no sobra. En efecto, el viejo sistema de partidos caracterizado por la gran dialéctica bipartidista con algunos satélites ha periclitado, y en las elecciones europeas de mayo, PP y PSOE ya no llegaron conjuntamente al 50% de los votos emitidos.

Habrá que afinar el tiro, que perfeccionar los programas, que vencer con decisión algunos obstáculos todavía no abordados —la corrupción en Andalucía requiere terapias gruesas y dolorosas que aún no se han empezado a aplicar— y que terminar de perfilar los proyectos, pero no hay duda de que el PSOE ha tomado la iniciativa de la reconciliación de los partidos con la sociedad civil. El PP no debe demorarse en seguir su estela si no quiere perder el tren del futuro.

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