EL BAILE DEL AHORCADO
Soraya
A mi todo este ‘happening’ en el que los políticos se rasgan las vestiduras y dramatizan la ofensa ante el descubrimiento del corrupto me parece más propio del festival del humor que de un país serio. Lo malo es que esta dramatización del escándalo puede acabar en un escenario mucho más dantesco que el que el martes presentó Unicef.
La representación de la indignación (yo más bien diría indignidad) a la que estamos asistiendo, ( qui prodest ?) no es que sea un farsa es que se nota demasiado que lo es. Los ‘caiga quien caiga’, los ‘que cada palo aguante su vela’, los ‘hay que limpiar las alcantarillas’... soliviantan más que la visión de toda esta añagaza en la que nos ponen como señuelo a los gañanes para que no veamos a los verdaderos señores de la corrupción.
Lo peor es que la gente se canse tanto que deje de pensar con sentido común, que todo esto lleve a que votemos con las tripas y al final sean los de siempre los que terminen en la cuneta. Porque que nadie se engañe. ‘Podemos’ pasar de la indignación a la miseria si dejamos que los sentimientos nos nublen la razón.
La pregunta es si hay un justo, si hay uno, aunque sólo sea uno, que permita que toda esta obscenidad merezca sobrevivir al fuego. La responsabilidad de que estos últimos cuarenta años hayan servido para algo no es de los ciudadanos. Ya no. No somos nosotros los culpables de lo que pase a partir de ahora. Hemos trabajado, hemos pagado impuestos, hemos sostenido un sistema corrupto con nuestro esfuerzo. ¿Y ahora? Pues ahora debería haber alguien que pensara con responsabilidad, alguien que estuviera dispuesto a no llegar a la tierra prometida y a hacerse el harakiri para rescatar el país de los salvapatrias que quieren que nos repartamos la miseria. Estamos viviendo la muerte de un ciclo. Estamos en el ojo del huracán. Dentro de un momento puede que nos lleve el viento de la historia, que siempre es contemporánea, sobre todo en España.
Esta novela ya la hemos leído tantas veces que parece que estuviéramos atrapados en un bucle. La llave para salir del laberinto vuelve a tenerla Dédalo, que deberá ponerse las alas de cera para alzar el vuelo. Pero aquí el cuento debe cambiar y tendrá que ser el padre el que se muestre dispuesto a caer para que la leyenda la continúe su hijo. Sólo que en nuestra historia, Ícaro tiene nombre de mujer persa.