Diario de León

HOJAS DE CHOPO

Santos y difuntos

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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En España —decía Lorca— los muertos están más vivos que en ninguna otra parte». Recurriendo a un mínimo ejercicio de perspectiva histórica, creo que no le faltaba razón. El culto funerario, posiblemente englobado en la línea del fatalismo español, tan acentuado, ha sido siempre uno de los ejercicios más practicados entre nosotros, con todas las variantes culturales y lúdicas que se quieran, sin perder como actitud dominante el sentido del respeto, incluso del temor. La idea de la muerte y cuanto le rodea ha tenido siempre en nuestros lares una presencia profunda y singular, hasta el extremo de que, según dicho tan nuestro, «para que te alaben, tienes que morirte». Solo que ya a esas alturas el interesado no se entera. Cuánto nos cuesta testificar en vida nuestros sentimientos, especialmente los positivos, de admiración y de cariño. El rito, la costumbre o la cita convenida tal día como hoy es, sin duda, un testimonio de cariño a nuestros difuntos, manifestado con flores, aunque sean de plástico. En el fondo, la marcada influencia católica, que, acaso por el respeto a la trascendencia —y la muerte es simplemente un tránsito: vita mutatur, non tollitur—, identifica difuntos y santos. Santos y Difuntos.

Hoy es el Día de todos los Santos. De los Difuntos, celebración que el Papa Gregorio IV señaló para el 1 de noviembre —época también de la «muerte» de la Naturaleza— e hizo extensiva a toda la iglesia a mediados del siglo IX. Desde entonces, aun dentro de los cánones católicos, las variopintas manifestaciones que se producen en todas las latitudes ofrecen escenas y situaciones llenas de vigor y tipismo, como expresión cultural de una misma fe. Entre nosotros es la idea de encuentro, de recuerdo y de oración la predominante, aunque se observa un adelgazamiento de tal costumbre en las generaciones más jóvenes, posiblemente alejadas del impacto del rito de la muerte tan marcado en España a lo largo de los siglos.

Uno, que tiene entre los santos y difuntos buena parte de su historia, contemplará hoy desde su mirada imposible la belleza infinita del color de los chopos y las hayas. Y, como fondo real, el río y su metáfora. Creo —me parece que fue Lewis Carroll quien lo dijo— que todas las maderas del mundo sueñan hasta morir de viejas con el bosque del que proceden. Esto me lleva, inevitablemente, a uno de los recuerdos más hermosos que tengo de la niñez. Cuando el féretro de un allegado —también lo eran los vecinos— se introducía en la tierra, espacio abierto con el sudor de pico y pala, todos besábamos un terrón de esa tierra extraída para depositarlo como cubrición. Era, sin duda, el deseo de un viaje feliz lleno del cariño amoroso de quienes habíamos compartido con el difunto algún tramo de la vida. Un profundo canto de ternura. Hoy, sin embargo, huele a invierno en el territorio donde habitan mis antepasados.

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