Cerrar
León

Creado:

Actualizado:

Está media España a la espera de una foto de Olga María y el pequeño Francisco Nicolás y en León lo que se cotiza es un retrato de Míchel junto a los telesillas de Riopinos; siempre que se mueven los banquillos suena Míchel, por muy a gusto que esté uno a la orilla del Pireo. Esta vez el eco parece abismal, y reverbera como la mar de fondo cuando rompe contra el acantilado. Igual que se extiende por la ribera del Órbigo como un proverbio ancestral el mandato entre generaciones por el que los abuelos ya advertían a sus nietos en edades tempranas sobre el peligro de avanzarse tierra adentro. Ay hijo, no pases el puente Paulón, alertaban ignorantes de que el riesgo tiene doble dirección y el peligro está también en que se cruce hacia fuera. La última actualización del mapa sobre tópicos y mitos territoriales señala a los leoneses de forma genérica como borrachos y serviles. Lo del pimple se puede contrastar si se consulta, por ejemplo, cómo anda la peña en el índice de consumo por metros cúbicos, sin más horizonte y posibilidad de consuelo o vía de escape que refugiarse en un vaso de alcohol; si no se prueba, no se sabe todo el llanto que es capaz de enjugar un caldero de gintonic. Alguna certeza debe de haber en el epíteto si se añade al expediente de méritos que una cervecera gallega, donde no se andan con chiquitas en estos menesteres, distinguió a un establecimiento de la montaña leonesa por su destreza en devolver barriles vacíos a fábrica, habida cuenta de la debilidad de la pirámide poblacional de la zona. Ya se sabe que raquítica. Lo de serviles resulta más profundo de explicar, aunque inmensamente más sencillo de entender. Empezamos por la última hora; la del político ese que ayer mismo le espetó «esa pregunta no es cierta» a un competente periodista de esta casa; tiramos del hilo de la madeja —mira, una operación de la UCO que no tiene a ningún leonés enfangado aún, que se sepa— y de político en político, sin tocar el suelo de la honradez, llegamos hasta el auto de la jueza Servini, que actualiza de un plumazo el currículum vitae de uno que cruzaba el puente Paulón como Pedro por su casa; y con el brazo arriba, en esa actitud rancia del que pide un taxi a la salida del sol, que jode más. El brazo con el que sentenció a muerte el futuro de esta tierra. Serviles leoneses, que se dedicaron a esperar todo este tiempo a que una jueza argentina viniera a pedir justicia por ellos.