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CUARTO CRECIENTE

El fantasma de Bobby Fischer

Ponferrada

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Boris Spassky todavía sueña con Bobby Fischer algunas noches. La almohada se convierte en un tablero de ajedrez cuando se duerme y el campeón del mundo destronado juega otra vez con el hombre que le derrotó hace 40 años, en aquella memorable partida celebrada en Reikiavik con el mundo asomado al abismo de un conflicto nuclear.

Spassky, el héroe deshonrado de la Unión Soviética, habla con su verdugo en sueños. Le consulta movimientos de peones. Y el fantasma de Bobby Fischer le responde con su mejor apertura.

1 d4.

Spassky, talento nacido en la vieja Leningrado, asiste estos días al Campeonato del Mundo de Ajedrez de Sochi en silla de ruedas. Hace cuatro años sufrió un grave derrame cerebral y hace dos huyó de París, donde vivía exiliado, porque se sentía secuestrado por su tercera esposa, que dirigía su programa de rehabilitación con mano férrea.

Dama amenaza al rey. Enroque.

Y Fischer, genio excéntrico de Chicago, ‘reclutado’ para dejar el orgullo ruso por los suelos, murió hace seis años, convertido en un enfermo mental que negaba el holocausto o expresaba su alegría por el desplome de las Torres Gemelas.

Peón come a dama.

Pero no se lo tengan en cuenta.

Bobby Fischer también se sentía un exiliado. Un refugiado político. En 1992, al cumplirse veinte años de la partida del siglo , se había enfrentado de nuevo a su amigo Boris Spassky. Le ganó otra vez. Y se llevó cuatro millones de dólares en premios. El problema es que lo hizo en la antigua Yugoslavia, en los albores de la última guerra de los Balcanes, y violando una resolución de la ONU.

A Fischer, que jamás regresó a los Estados Unidos porque podían encarcelarle, le falló el riñón en Reikiavik, la ciudad que escogió como última residencia. Pero seguirá vivo en la cabeza de Boris Spassky mientras su amigo y su rival no encuentre la jugada perfecta. «Hoy más que nunca necesitamos el ajedrez. Mover esas piezas de madera y pensar en su estrategia nos permite olvidar las desgracias de este mundo», ha dicho en Sochi el hombre que aún sueña con él.