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Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Romeo y Julieta hablan de alondras y ruiseñores en la Escena V del Acto III. «Ha sido el ruiseñor y no la alondra el que ha traspasado tu oído medroso», dice ella. «Ha sido la alondra, que anuncia la mañana, y no el ruiseñor», responde el enamorado.

En diciembre de 1834, Enrique Gil y Carrasco agarra este fragmento de Shakespeare por el rabo. Colabora en ese momento con una entrega quincenal en la revista El Laberinto , en la que ofrece ejemplares crónicas de actualidad cultural. Nuestro periodista es un joven atento e ilustrado, convencido del importante papel que la cultura y las artes deben tener en el desarrollo de las naciones, incluso por encima de la política, por la que nunca mostró el idealista Gil gran interés. Así, en el número 3 de El Laberinto sostiene que «ningún suceso de importancia histórica ha ocurrido en estos quince días, pues no podemos dar semejante calificación a los políticos de mayor o menor cuantía que, por otra parte, no son de nuestra competencia». Y a continuación lanza la opinión de que «más engrandecen a las naciones sus glorias literarias que no sus agitaciones y pasiones políticas», apoyándose en una hermosa cita de Chateubriand: «Nadie oye cantar la alondra en los campos de Verona sin acordarse de Shakespeare, al paso que la generación presente ha olvidado ya los nombres de los que allí fallaban el destino de las naciones».

Las ciencias sociales que no existían en tiempos de Gil nos han ampliado los conceptos y ahora sabemos que también la política es un hecho cultural. La política, no este cenagal putrefacto en el que chapoteamos con desesperación ahora mismo. Pero entendemos a Don Enrique: solo la cultura y el arte puede hacer realmente grande a un territorio.

Un territorio como el nuestro, por ejemplo. Noqueado por la crisis, derribado por el escándalo, atrapado en la sospecha del cambalache permanente, aterido por las prácticas caciquiles y el personalismo despótico, no es capaz de encontrar un terreno por el que labrar un futuro que irremediablemente poco tendrá que ver con su pasado económico.

En la Comarca Circular tenemos dos caminos, de raíz etimológica similar. Uno el de una agricultura que ponga en valor un espacio que nunca podrá competir en cantidad pero puede mejorar mucho en cuestiones de calidad. El otro el de la cultura, el de un aprovechamiento y proyección del patrimonio y del talento que genere espacios de convivencia atractivos y generosos, que sitúen nuestra tierra en el imaginario de las cosas hermosas, que consigan mejores ciudadanos, con capacidad para huir de ranciedades, ñoñerías y provincianismos desgastados por el uso. Un lugar para que se recuerde como el canto de las alondras en Verona.

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