Diario de León
León

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En España se miente mucho, muchísimo, pero rematadamente mal. La mejor prueba quizás la aportan nuestros dirigentes, que han dejado en papel mojado la famosa Antología del disparate de los estudiantes de enseñanzas medias con su singular rosario de promesas electorales de pleno empleo, bajadas de impuestos... Y un pueblo así guiado también da buenas muestras de su predilección por intentar engañar al de enfrente desde que Viriato supo lo que es tener ‘buenos amigos’, sin olvidar a los hijosdalgo que se ponían migas en la camisa o los que señalando con su dedo acusador enviaron a las cunetas primero a unos y luego a otros.

Somos el país en el que menos fiables son las encuestas a pie de urna. Las llamadas israelitas —incluso bien cocinadas— han obtenido fracasos históricos o quizás han cumplido con su objetivo que es poner en claro la realidad: que se miente mucho. Y esa circunstancia es la que obliga a aplicar la cocina a los sondeos para evitar el ridículo que se generó recientemente en una encuesta en Cataluña, en la que al medir el recuerdo de voto un 5% decía haber apoyado a una formación que no se había presentado a la anterior convocatoria.

Hace un año entre IU y UPyD sumaban el 20% de intención de voto. Ahora apenas figuran en la cola de los resultados. Al español si le preguntan por sus intenciones lo primero que le llega a la boca es ese «por si acaso» que invita a subirse al carro ganador. Que se lo digan a ese PCE que barrería cuando muriese Franco, a la operación Roca, a Ruiz Mateos, a Mario Conde o demás Berlusconis y Grillos a la española, a los que luego no votó nadie, porque por suerte esto no es Italia.

En mayo y especialmente en otoño, con las generales, van a cambiar cosas en España. Eso va más allá de un mero sondeo. Pero la duda es cómo se irán produciendo las cosas a medida que se pongan las cartas sobre la mesa. Decir a estas alturas que no sirve todo lo hecho desde 1978 es fiar muy largo. Nunca hubo tanto espacio para la libertad ni para el desarrollo del bienestar social. Incluso se admite a formaciones que apoyaron a asesinos o a quienes osan llamar «régimen» a una democracia. Fallan muchas cosas, muchísimas, pero tras 200 años en los que cada uno que llegaba imponía su Constitución o sucedáneo, es para pensárselo si hace falta empezar de nuevo y más con todo lo ocurrido en este tiempo. Habrá que elegir la meta y después el camino. Las crisis siempre han sido cebaderos de populismos fáciles y dañinos.

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