TRIBUNA
Templa el pico, Federico
H ay un gallo de pelea de agudo y dorado pico y de nombre Federico, resabidillo a rabiar, que antaño canturreaba en antena episcopal y hoy despierta las conciencias en Libertad Digital. Tras leer El capital, siendo aún Federiquillo, se hizo rojo contumaz de la hoz y del martillo, y a la China se marchó sin pasaporte oficial. Pintó su faz de amarillo por mejor asimilar de Mao la revolución, que había que propagar a bombo, caja y platillo como nueva religión. En Oriente prosiguió poco tiempo en el error, pues encontró la verdad cuando se desorientó de una forma casual.
Como a San Pablo ocurrió, previo a entrar en santidad, que camino hacia Damasco, ya cerca de la ciudad, del caballo se cayó y al darse contra un peñasco abjuró de sopetón del falso credo judaico para entrar en puridad; a Federico ocurrió algo casi similar. Pues fue a pegarse un morrón en la cabeza al viajar desde Pekín a Hong-Kong, volviendo a la cristiandad por la hostia que se dio. Aunque encontró la verdad, como era de esperar por efecto del hostión, aquel uso racional tan ágil de su pollez lo ha acabado de perder y no lo ha vuelto a encontrar, ocupando su lugar: burla, invectiva, aversión contra gallipavo aquel que sostenga otra opinión o no cante como él.
Aunque el nombre Federico, en el idioma teutón, es un «príncipe de paz», guerrea con mucho ardor, a su antojo, voluntad y muy poca discreción, por ser ave liberal. Y clava sin compasión a la izquierda el espolón por un desvío nasal, pues en esa dirección es que le huele fatal. Mas, si percibe a la diestra que también le huela mal, Federico le echa el pico como a alondra el gavilán, picando sin compasión hasta echarlo del corral. Por no cantar como él, este gallo campeador oriundo de Teruel, picó y picó a un tal Piqué, otro que tal Gallardón, y hasta el diario ABC tampoco se libró de él por no dar satisfacción.
Picó y picó, y es el colmo, al mismísimo del Olmo, el patriarca de la antena, y hasta a Iñaki Gabilondo, colega de una cadena conocida como Ser, que le dieron de comer muy ricas sopas con ondas, y luego se divorció esposado a nueva antena conocida como ES, largando sin discreción flores regadas con hiel por no degustar todo aquello que se aderece con miel. Y ahora pica que pica al mismísimo León, por tener la convicción, tras Carrasco y Barazón, que aquí se salda a mamporros cuando la cosa es menor o a disparo a bocajarro si no hay trato de favor.
Todo tiene su sentido, a Federico le priva un tal cronista don Pío, que cuando fue terrorista amó más la pistola que el Talmud ama el judío y el borracho la farola. Parece pizca de broma se nos chinase por Mao y luego alabase a Moa; mas, permutar las vocales, las idea e ideales, en él son tan naturales como pescar en el mar sardinas y calamares.
Picajoso y picatero, también pico a un Zapatero un poquillo remendón, abreviado en ZP y leonés por adopción, al que puso como un Cristo por haber echado a un tipo con bigote a lo Hitler, esposado a una Botella, a George Bush y Tony Blair. Y le picó sin piedad, como leña se da al mono, al manchego Pepe Bono, cuando era mandamás de la cúpula marcial, por no dejarse atizar con la bandera de España, al grito de ¡dadle caña!, en la Puerta de Alcalá. ¿A qué viene tanto armar del manchego si, en verdad, ese golpe nunca entraña ofensa a la dignidad? ¡Dichoso aquel que tuviera un chichón en la mollera por la leche que le dieran con la enseña nacional! Volvería a la verdad, cual Federico en la China, si se hubiera descarriado de la doctrina oficial.
Tampoco la monarquía, su corte y feligresía libraron de su espolón, puyazo y antipatía, cantando con alegría, bandurrias y acordeón, esta singular jotica de ofrenda a La Pilarica, dedicada al rey Borbón: «Ay, Juan Carlos, ay, Juan Carlos, si no abdicas y no te vas viento fresco navegando en el Bribón, por bien de la institución seguiré pica que pica en honor de mi nación, de tu suegra Federica, por llamarse como yo, y de tu hermosa nietica porque se llama Leonor».
En hablando del pasado de nuestra gloriosa España, Federico imparte saña con el pico muy afilado, horadando en las entrañas de quien salió derrotado de aquella incivil campaña.
¿Quién fue el tipo que predijo esta blasfemia tamaña: «Yo quitaré el crucifijo de las escuelas de España», siendo el hombre más «negao» por haber «sembrao» cacao, cardos, zarzas y cizaña? —Azaña—. ¿Y quién miserable y ruin se llevó el oro de España a la Rusia de Lenín? —Negrín—. ¿Y el demagogo más fiero que sentía gran desprecio por el mundo del dinero y por contra más aprecio hacia el pobre jornalero? —pues un Largo Caballero—. ¿Y de todos el más necio? —¡Quién iba a ser, Indalecio!—. ¿Quién le dio lustre al gatillo, en tierra de Paracuellos, llenando de sangre aquello bajo la hoz y el martillo? —Carrillo—. ¿Y quién, inmediatamente, les echó de España a todos, siendo, no obstante, indulgente y dulce como el membrillo? —el Caudillo—. ¡Bendita tu rebelión, gloria a ti, Generalísimo!, por salvar a la nación de las garras del marxismo, anarquía y desunión.
Viendo a la patria maltrecha, perdida sin remisión, la orientaste cara al sol bajo un yugo y unas flechas sin miedo a la insolación. En deseos yo me ardo llegue inminente la fecha de elevar a los altares a su excelencia de El Pardo y juntito, a su derecha, doña Carmen, con peineta, cirio y nardo, ataviada de collares y encantadora sonrisa cual Gioconda de Leonardo.
Federico, Federico, oye rico, templa el pico, descansa un poco, no más, que ese pico, Federico, se te puede lastimar. De tal modo que, mañico, puedes quedarte sin pico, y ya no podrás echar a la siniestra el hocico, ni tampoco a la derecha, si ella a tu gusto no está. Desbrava los espolones y deja de espolear de otros sus restricciones y nada de tus excesos, más propios de contriciones, maldiciente caporal.
Federico, a «¡cómo está León!» yo te replico: salvo corruptos, corruptores, demonios que fueron santos y los santos, pecadores, de mil amores.