FUEGOAMIGO
Marías centenario
U n acto en la Fundación Delibes nos recuerda el tránsito descuidado por el centenario de Julián Marías (1914-2005), quizá el último filósofo de estirpe orteguiana y cultivador de su razón vital, como José Gaos (que fue catedrático de nuestro instituto Padre Isla) o María Zambrano. Al acabar la guerra civil, el joven Marías pasó unos meses en presidio por la denuncia de tres colegas que antes fueron sus amigos: los más tarde catedráticos Carlos Alonso del Real (autor del himno falangista del campamento Ordoño II de Riaño) y Julio Martínez Santaolalla, además del novelista y censor Darío Fernández Flórez. Lo cuenta su hijo Javier Marías en Tu rostro mañana .
Aquel baldón lo obligó a sobrevivir durante la década de los cuarenta con traducciones y clases particulares. También con libros de éxito fulgurante en medio del erial, como su temprana Historia de la Filosofía (1941). A comienzos de los cincuenta, se incorporó a la docencia americana, y ya tuvo otro respito. Con el rescate de la democracia, fue senador real en la etapa constituyente. Esas afinidades lo relegaron del aprecio de los jóvenes cuando en España se instaló la libertad. En la charca del franquismo (1942) unos bien mandados le suspendieron la tesis doctoral, marcando un precedente insólito en la historia universal de la infamia: el dominico Barbado, el latinista Vela Utrilla y el pedagogo García Hoz. Sólo el filósofo Morente, que presidía el tribunal, votó a su favor, mientras Zubiri no pudo participar por el veto del arzobispo Eijo Garay, que no admitía en su circunscripción como docente civil a quien antes había sido eclesiástico. Era ex presidiario.
Como senador constituyente, propuso sin éxito listas electorales abiertas y que la cámara alta fuera de representación autonómica. Pero ahí sigue esa cicatriz abierta en el sistema institucional. El heredero de Ortega encontró siempre mayor aprecio entre la gente de pluma que en la tribu pensadora. «O se hace precisión, o se hace literatura o se calla uno», había dictaminado el maestro. Marías trató de superar esa antinomia equiparando la antítesis: «para hacer precisión verdadera, no hay más remedio que hacer literatura». Pero sus colegas le acusaban de oscurecer la transparencia. Aunque también él hizo todo lo posible por granjearse ese perfil de hombre de letras. Cuidando la calidad de página de los textos y desplegando por esa vertiente bastantes de sus esfuerzos. Porque sabía que en el corral de la filosofía académica lo tenía todo perdido. Así que sólo asomó a la universidad española como docente en noviembre de 1980, ya con edad de jubilado y a través de la cátedra Ortega y Gasset creada para él en la Universidad Nacional a Distancia. Pero sobrevivió a sus delatores.