TRIBUNA
La parte del león
L as libertades, derechos y libertades diríamos mejor que como pueblo, Pueblo Leonés, en el ámbito del Reino de León consiguieron nuestros antecesores medievales, ya fuera en forma de fueros como legislación local, hasta alcanzar los Decreta de Alfonso IX, el rey leonés que convocó al pueblo como estamento a la Magna Curia de 1188, poniendo la primera piedra del parlamentarismo, nunca supimos, siendo unos bienes propios e intocables, defenderlos históricamente. Rango, proyección y conocimiento, secuencialmente iban decayendo.
Se ha ido tolerando que quienes escribían la historia, fueran condicionando los hechos a la conveniencia de otros. La más rigurosa de las asepsias para el tratamiento de lo propiamente leonés, ante una laxitud bien estudiada para lo castellano en el marco más cercano vivido, aunque no único, un condicionante prolongado en el tiempo.
Con el párrafo inicial he querido, como sencillo diletante de nuestro pasado histórico, leonesista y sufridor por lo leonés, fijar mi posicionamiento. Así es mi percepción inundada por una extraña sensación de impotencia e indefensión, supongo que, al menos, parcialmente compartida, y entre todos nos hemos ido labrando a partir de la tolerancia increíble de que el «paño encerrado en el arca» se conserva bien y sin deterioro. Esto es, que lo interno, el sentimiento de la propia personalidad leonesa y sus valores, nadie nos lo puede robar.
Desde el 1.100 aniversario del nacimiento del Reino de León en el 2010, donde merced al documental de Juan Pedro Aparicio se dio un impulso recuperador y toma de conciencia de lo que había representado para los leoneses de la época las Cortes de 1188, tal parecía que había vuelto a aparecer el manto del silencio secular, para envolver y ensombrecer la gran verdad de la Curia citada, verdadero ensayo de parlamentarismo con proyección mundial, y no de menor transcendencia, en cuanto a libertades y representación participativa, para los habitantes del Reino de León.
Fue necesaria la actuación comprometida, firme y autorizada del intelectual leonés Rogelio Blanco, para hacer valer los documentos que hasta hoy se conservan, respecto a los Decreta que las Cortes de 1188 elaboraron, de modo que la Unesco llegara a ponerlos ante los ojos del mundo con todo su gran valor. De ahí ‘León, Cuna del Parlamentarismo’. El Reino de León naturalmente. Mil felicitaciones para él.
El Ayuntamiento de León, torpemente, parece querer adueñarse de la efeméride, la acapara y trata de presentarla como algo local y capitalino. Y como ya he dicho en otra ocasión, los interesados intérpretes históricos de la Junta autonómica han querido llevar la aureola del acontecimiento a sus Cortes, como si fueran las verdaderas herederas de los valores de aquéllas. Ni una alusión de reconocimiento hacia Rogelio Blanco, un indigno pago. El alcalde, queriendo quedarse con la parte del león de la fábula, no sé si por iniciativa propia o en diferido, focaliza en León capital el acontecimiento histórico, logrando minimizarlo.
Ha sido necesario que Pro-Monumenta, asociación activamente defensora de lo patrimonial leonés, organizara un acto en el que Rogelio Blanco pudiera contarnos la enorme aventura que le supuso la recopilación de documentos y datos, su presentación, defensa y seguimiento, para obtener el resultado por todos conocido; labor que apenas se ha sabido ensalzar públicamente. Del poder autonómico, al que el dato le escuece, nada había que esperar.
En una charla con tan sugerente título como ‘León, tierra de libertades’, venía a mostrarnos que lo alcanzado por los leoneses, como pueblo, en su ensayo como estamento al lado de la nobleza y el clero en 1188, fue un eslabón dorado en las concatenadas libertades que el pueblo leonés venía consiguiendo. El parlamentarismo nacía así en el Reino de León.
En el coloquio final, alguien dijo que el enemigo de León no está fuera, lo tenemos en casa, un murmullo de asentimiento en los asistentes corroboró tal afirmación. Se ha ido tolerando que quienes escribían la historia, condicionaran los hechos a conveniencia de otros. La más rigurosa de las asepsias para el tratamiento de lo propiamente leonés, ante una laxitud bien estudiada para lo castellano en el marco más cercano vivido, aunque no único, nos ha condicionado tanto que hemos llegado como pueblo, al ninguneo autonómico actual.