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León

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Si es que todo es tan banal que llega un momento en que las palabras parecen todas iguales, que no hay suficientes para discriminar o, a lo mejor, es que el nuestro es un afán inútil, fútil, anodino, que no por tener significados similares quieren decir lo mismo los adjetivos atados a esta retahíla. Adjetivar es una tarea complicada, quizás de las más complicadas que existen porque, al final, las cosas no son como parecen sino que existen sin más, fuera de nosotros y no nos necesitan. Sobramos en nuestro intento por describir, que cuando lo hacemos estamos calificándonos a nosotros mismos, así que ya sabes, cada vez que nos lees estás haciendo precisamente eso, deletrar nuestros miedos y anhelos, mirar por la mirilla en nuestro mundo particular, íntimo, haciendo como el diablo cojuelo, pero, otra vez, media tu propio mundo y así ocurre una y otra vez, en una reposición infernal.

Ahí estamos, encerrados en el bucle voraz de la subjetividad que se retroalimenta sin cesar y del que no se puede escapar, que da igual que hablemos de galgos o de podencos, lo importante es cómo lo hacemos, y en ese tránsito que hacemos entre nosotros y el mundo que contenemos, volvemos a chocar contra nuestro reflejo. No contemplamos a los demás. El mundo se reduce a una gran sala de espejos y miremos donde miremos ahí está, nuestra imagen vomitada. Así que todo esto no es más que un juego del que nadie puede zafarse.

Prueba a seguir esta galería de retratos, los rostros de aquellos a los que mostramos y los ojos con los que se mediatizan, los nuestros y, después, los tuyos, y piensa si todo esto es parte de la realidad o de nuestra sumisión a la realidad ¿a la de quién? Piensa si hay alguien capaz de salir de esta espiral de subjetivizaciones y si alguno puede mirar desde un panóptico, protegido de las miradas ajenas, ver sin ser visto y hacerlo sin todas las capas con las que nos protegemos de la realidad.

Una gran sala de espejos. El mundo está fuera pero no podemos verlo, porque no podemos ver sin los ojos que nos miran, ya sabes, todo esto para demostrar que una necesita demasiadas palabras para decir lo que un genio pudo con unas pocas, que no somos nada, que todo puede existir sin que lo califiquemos, que el yo es eso, una retahíla de adjetivos inútiles.