EDITORIAL
La Constitución pide arreglos puntuales pero cuando exista un consenso amplio
La Constitución española de 1978 ha sido sin lugar a dudas una herramienta muy útil porque ha conseguido que el país haya vivido el mayor periodo de toda su historia en paz, libertad y crecimiento en todos los órdenes. Y probablemente ese logro ha tenido como base imprescindible un consenso que quizás hoy tiene aún mayor valor si cabe.
En un país en el que las constituciones o textos similares se hicieron durante 200 años como fórmula para imponer las creencias y criterios propios al otro, la de 1978 fue fruto de una generosidad por quienes reclamaban justamente la libertad y toleraron compartir el futuro político con los que provenían del aparato del franquismo, y de quienes fueron capaces de renunciar a su situación privilegiada para admitir a todos en el nuevo proyecto de país que tanto esfuerzo requirió.
No por repetido deja de ser relevante el recordar que España salía de una larga dictadura en la que no se habían respetado los derechos y quizás por ello se hacía especialmente relevante el que se produjese un reconocimiento de libertades y derechos de todos olvidando el frentismo, aunque supusiese el duro coste de dar carpetazo a todo lo ocurrido para mirar al futuro y hacer posible ese pacto constitucional del que únicamente se quedaron fuera los más radicales.
Han pasado 36 años desde que los españoles ratificaron aquel texto que es fruto evidente de una coyuntura concreta y de unas necesidades que entonces tenían prioridad. Ha pasado el tiempo, las cosas han cambiado y probablemente se puede arreglar la Constitución. Pero no en su esencia. Lo que quizás falte en muchos casos sean leyes o iniciativas políticas que hagan reales las cosas que se plasman en un texto que sólo puede entenderse como un eje vertebrador a largo plazo. Mejorarla es posible, sin duda, pero ya los propios autores del texto de 1978 tuvieron la virtud de blindarla frente a cualquier intento de cambio partidista. Las fórmulas de reforma en lo esencial requieren unas mayorías cualificadas que obligan a buscar un amplio consenso para poder aprobar cambios.
La reforma por la reforma carece de sentido, como tampoco puede ser aceptable el inmovilismo total. La sociedad ha cambiado mucho pero sus necesidades básicas siguen siendo las prioridades. El ex presidente de la Junta, Juan José Lucas, en la celebración autonómica de la Constitución lo dejaba claro: «Es posible la reforma siempre que las voluntades políticas, al menos las que la pactaron, emprendan el mismo consenso».
Con un calendario cargado de citas electorales y con una crisis política evidente los partidos están obligados a evitar la demagogia y buscar el consenso.