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OPINIÓN / LA FIRMA DE ÁLVARO CABALLERO

OPINIÓN / La firma de Álvaro Caballero: Purple

León

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Cada año por el puente de diciembre se le pone a León el flequillo para adelante, la falda se le entalla hasta subirle un palmo por encima de la rodilla y se monta en motos culonas de rueda baja que surcan un mar de vinilos de 12 pulgadas para componer una banda sonora en color. La ciudad, tan de grises, se tiñe de púrpura todavía 26 años después por el empuje de un festival mantenido a base del esfuerzo de aficionados y colectivos, casi abandonado por las instituciones que se cansaron de no encontrarle rentabilidad política, y sometido a una de las máximas que imperan en esta tierra: cualquier fórmula de éxito es susceptible de sospecha y derribo, si antes no muere capitalizada por los mediocres, los aduladores y los arribistas. Pero aún no han podido con el Weekend en el que la capital leonesa se coloca en el centro de la diana pop para llenar hoteles, cerrar bares de madrugada con los Roulettes y cobijar el frío de las calles entre parkas verde oliva. Una iniciativa asentada que, después de la Semana Santa y San Froilán, aporta una anfetamina en el calendario para la hostelería y el pequeño comercio, ahora que la Junta quiere darle la puntilla con el permiso para que las grandes superficies abran 16 festivos anuales sin necesidad de pagárselos a sus trabajadores.

El Purple Weekend se enciende por la Constitución a la que el PP vela para enterrarla virgen como Bernarda Alba a sus hijas, mientras la viola con medidas como la imposición de las tasas judiciales, que atentan contra el derecho de cualquier ciudadano a acudir a los tribunales; con reformas legislativas como la Ley Mordaza, que criminaliza a los ciudadanos por el hecho de manifestarse; con decisiones como la subida del IVA cultural, en contra de la promoción que debería hacer para garantizar el acceso universal; o con la permisividad para que haya entramados de adjudicaciones, como en la Variante de Pajares, que tengan a los trabajadores a destajo en turnos de 12 horas, de las que les descuentan los 30 minutos del bocadillo, por un tercio de lo que se embolsa un diputado o un procurador autonómico que no tienen más riesgo que acatar la disciplina y levantar la mano.

Quizá haya que recurrir a los Campos de fresas de The Beattles en los que «vivir con los ojos cerrados es fácil/ entendiendo mal todo lo que se ve/ se está poniendo difícil ser alguien/ pero todo se resuelve. Me suena. Viviendo en la era pop.

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