Diario de León
Publicado por
JUAN CARLOS FRANCO
León

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N o quería escándalos, por eso decidió que su inmaculada criatura no se salpicara con el barro de los charcos de unas municipales que son un estorbo en su camino al poder. Iglesias bis no lo va a conseguir. Porque igual que no se pueden poner puertas al campo, no se puede aplazar una rebelión que se ha alimentado de la desesperanza de la gente. No se puede querer convertir una revolución en el Guadiana (para las europeas, sí; para las municipales, no; para las nacionales, sí, para la junta de vecinos, no;...) para mayor gloria de su incontestable líder. Las revoluciones no admiten esperas ni entienden de plazos. Es el ahora o nunca. Porque cualquier intento de refrenarla puede acabar, por obra y gracia del fuego amigo, con todos sus promotores, y, lo que es peor, con la inocencia de la masas. Ya algo avanzaron los romanos con aquello del ‘semen retentum venenum est’. De tanta contención, las cosas terminan explotando por el sitio menos pensado.

Esa es la cruda realidad a la que se enfrenta el Círculo. Ante la ausencia de ese objetivo común, ni las encuestas más favorables han servido de árnica que refrene los comportamientos cainitas. Ponferrada es su ejemplo más palmario. Sea por el hecho de que muchos de sus miembros no abandonaran la chaqueta de pana en la sede de General Vives cuando hicieron el trasvase, y con ella llevaron los tradicionales enfrentamientos de familias, o porque ‘alguien’, interesadamente, está agitando las aguas, lo cierto es que este champú anticaspa que nos están queriendo vender, cada vez se parece más un enjuague bucal que otra cosa —produce sensación de frescor al principio, pero luego se convierte en un agente activo más de la halitosis—.

Tanto renegar de la política tradicional y a las primeras de cambio, por un simple cargo interno, ya han salido a relucir los filos de las navajas y las primeras purgas con amenazas de expulsión.

Una vez más, y como ya dejara escrito Robert Michels, se va a demostrar que es cierto que las formaciones políticas, una vez organizadas, lo primero que hacen es abandonar la vía romántica-asamblearia que los amamantó en sus primeros momentos de vida.

El romanticismo, si no es el de Gil y Carrasco —para cuya celebración estamos preparando nuestras mejores galas de cara al año próximo—, cotiza a la baja.

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