TRIBUNA
Cosas veredes
S ucede, contra lo que se cree, que nunca el ilustre hidalgo enunció semejante exclamación, por más que finalmente se haya impuesto en el común del lenguaje como destinada al discreto escudero. Por el contrario, cuentan los que de ello saben que la frase en cuestión proviene de un romance de la saga del Cid, aquél en que el rey Alfonso VI reprende al héroe en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, aunque no fuera exactamente de ese modo, pues la tradición oral acabó no sólo mudando la autoría sino también el verbo para transformar el original tenedes por el mutado veredes.
Cosas veredes es, en suma, expresión de perplejidad, sin importar ya si se trata de voz quijotesca o no. Pero seguramente nada mejor para lo que proponemos a continuación que mantener cierto tono caballeresco, pues al cabo lo mismo que varían las palabras, lo hacen también sus referentes hasta el punto de que hay quien llega a confundir, también en la actualidad, molinos con gigantes. Y conste que no estamos ahora ya ante nada novelesco. Porque sí, cosas veremos sin duda en el año nuevo que nos dejarán atónitos, en especial a través de la construcción de relatos y falsos relatos electorales, y a ello vamos.
Los falsos relatos, sean ciertos o no, que todo es posible, son aquellos que nacen del interés de quienes condicionan las conversaciones, los discursos y casi la información toda. En tal sentido, 2015 continuará siendo año de economía, finanzas, mercados, bolsas, negocios, déficit, presupuestos… es decir, aquellos temas que nos han impuesto para que hablemos como si no hubiese nada más en el universo; y, más importante todavía, para que pensemos en la clave que a los demiurgos interesa. La principal prueba de ello, la más decepcionante sin duda, la acaba de aportar el nuevo partido al que todos miran y del que todos esperan algo, cuando, puestos a presentar programas, abre camino precisamente con las cifras: Un proyecto económico para la gente lo han llamado, como si con el título quisieran exorcizar toda la carga ideológica que lo alienta para situarse así en la parrilla de salida. Mal principio, me temo, pues qué mejor carta de presentación para despreciar a las castas, que son varias y no iguales, que centrar el interés primero, por ejemplo, en el proyecto educativo para este país con tan escaso interés por la educación o en el proyecto de un modelo productivo alternativo al modelo laboral agotado. No, elegimos seguir el paso de quienes así nos guían y sólo lo ha advertido Félix de Azúa, quien afirmaba en un reciente artículo: «lo que me llama la atención es que esta gente aún no haya dicho nada sobre la futura enseñanza en España», a pesar de tratarse de un partido de profesores, tal y como titulaba su colaboración periodística.
Así que «cosas tenedes que farán fablar las piedras», como decía el romance primitivo al que nos venimos refiriendo. Y hablarán, vaya que si hablarán en año tan señalado todas las piedras yertas que en estos páramos han sido y se pretende que continúen siendo. Porque no otro es el elemento principal de exaltación y del relato local: cuando no nos andamos con el León Real, lo hacemos por la cuna del parlamentarismo, y si no por los principia, el cáliz de Doña Urraca, el gallo de San Isidoro, las cabezadas, las cien doncellas, los carros engalanados, los pendones, las procesiones, la limonada y todo lo que huela a matanza (del cerdo, entiéndase). Son los atavismos de los que no logramos desprendernos, por más que pasen legislaturas y concejos, y que volverán a convertirse en eje de las propuestas electorales para no decir nada nuevo. O sí: acaso un palacio de congresos, que al paso que vamos podremos consagrar para convenciones de pensionistas; tal vez un tren veloz, menguado no obstante, que nos ayudará a irnos lejos para no volver hasta que integremos esas legiones pensionadas admirando las obras de Jean Nouvel, quizá para entonces ya concluidas.
Aunque el gran relator, el generador de ficciones sin par no es otro que el Gobierno; o debiéramos decir cualquier gobierno, desde los más caudillistas, capaces de actuar sobre el pasado para no hacerlo sobre el presente, hasta los más anodinos y planos, que sólo se levantan sobre el cuento y la banalidad de las ideas. Es un tiempo este tan gris que no da ni para romances ni para novelas. Por ese motivo, lo que nos aguarda a la vuelta del calendario será, posiblemente, otro falso relato que crecerá alrededor de cada una de las campañas electorales previstas. Poco tendrá que ver lo que en él se cuente con nuestros desahucios cotidianos, pero es precisamente sobre esa ficción donde deberá actuar la inteligencia ciudadana, corrigiendo y enmendando los abusos de la fábula. Y teniendo muy en cuenta —no se ignore— que los esplendores que algunos preparan para 2015 tendrán su contraprestación en un 2016 muy probablemente doloroso. Porque, si miramos bien, «no hay —señala Vicente Verdú— donde asirse serenamente, sea el sueldo, la casa o la moral, para aguardar un porvenir soleado o prometedor». Éste es el drama del que apenas se habla pero que se ve.