Diario de León
León

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Qué tiempos aquellos en los que Zapatero no había imaginado aún en su ideario convertirse en ZP y ganaba congresos provinciales a golpe de conejo en la chistera, mientras se mostraba circunspecto en la relación con los colegas de abajo, en orden geográfico; socialismo leonés, distante y lejano de las consideraciones de la regional, aquí llamada autonómica para disimular algo la burla del aparato mastodóntico que también se creó al tiempo que al escudo de la provincia le endosaron almenas a diestro y siniestro. Arrancaba la máquina de los votos en los despachos de Suero de Quiñones que vestían de Gobelas la sede socialista de la Federación Socialista Leonesa y el único aroma al incienso carcamal que interesaba a Demetrio, Bolaños, Laborda o Peces Barba, o a otros padres del sistema, era el que se podía colar por la oficina contigua de la empresa constructora que siempre acababa por quedarse con las obras de las carreteras de la Junta. El resto era cuarentena a todo lo que oliera a la metrópoli colonizadora, también el Quijano que tenía prohibido vadear el Valderaduey para no contaminar el ambiente en época de vendimiar votos. Incluso, Jaime el pescador, infiltrado y servil, se ponía de perfil en ese papel de Azarías de las truchas que tan bien interpretó siempre, hasta para justificar la inundación de Riaño. De esa estrategia astuta, de poner tierra ante el sistema del engranaje destructor fatal para León, de un sistema político que había alumbrado el propio PSOE, se engendró el resurgir de la época dorada del socialismo leonés, que puede admitir como daños colaterales los episodios de Villalba vestido de camuflaje por Villalar. Así le hincaron a la UPL un mordisco electoral del que no se ha recuperado aún el leonesismo, a la deriva y hecho unos zorros desde el furibundo ataque. Con la gorra de plato en la cabeza, el poder trastocó la realidad a los líderes locales, que pensaron que la potestad era ciencia infusa de Lapsoe, y fue cuando se inclinaron por el azul pitufo para que la policía local de León se uniformara a gusto de la consejería del ciento doce. Ahí murió el halo de estoicismo. En ese giro travestido, hoy se muestran en cromos que simulan retratos de promociones de Filosofía, y dejan en manos del elector leonés la responsabilidad de descubrir cuál de los candidatos es el suyo. Como si el voto no tuviera retorno, como si no fueran a rendir cuentas.

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