Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Al amanecerín de Dios saltaba la rapazada de su lecho de friuras y sabañones y corría a la cocina a ver qué les habían echado los reyes en el transcurso de su paseo mágico y universal. De aquella los monarcas debían de andar menos holgados de presupuesto —no vestían con armiño sino con piel de coneja, las coronas estaban hechas de hojalata, los camellos andaban por ahí sin seguro y sin haber pasado la ITV— porque los regalucos que dejaban eran pequeños y elementales, y hoy los confundiríamos con cualquier cosa banal de las que a toneladas amontonamos en nuestras casas. Allá los guajes se encontraban con un puñado de nueces o de castañas, o con un caballín hecho a navaja, y había verdadera conmoción entre las niñas si atopaban una muñeca de palo ataviada de floripondios o una casina diminuta con el techo pintado de rojo y una flor en el balcón. Y eso sí, maravilla máxima en la infancia de nuestros agüelos era bajar corriendo y divisar sobre la mesa una naranja, una simple naranja, una naranja que parecía un mundo redondo, fulgurante y raro. En aquellos días sin caprichos en los que se vivía con lo justo, la visión de esa fruta mediterránea, huevo que hubiera depositado un gran pájaro mitológico, era como un indicio o una promesa de que más allá de los montes nevados o de las enmarañadas cortinas de chopos había otras cosas y otras gentes y otros alimentos, y aquellos chavales, todo mocos y remiendos, dejaban volar el magín y se figuraban que algún día las descubrirían, conocerían o degustarían.

Todo eso pasó no hace tantas décadas pero el contraste con la actual estampa de romería penitente en pos del centro comercial, de paquetes tremebundos y juguetes orillados a la vuelta de la semana, y de un día siguiente con los contenedores atestados de plásticos y papel de regalo, es sin duda demasiado grande. Móviles aerodinámicos, muñecas que hablan o turboguerreros que lanzan rayos por el culo —y aun sobrazos con billetes dentro— no son capaces de provocar en nuestros buches abotargados ni un poco de la emoción que despertaba aquella naranja solitaria, símbolo puro de todo cuanto se anhelaba.

Por eso, dejen de pedir y de comprar chorradas. Pidan salud… y una naranja.

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