RÍO ARRIBA
Año electoral
L a gente, cuando ve a los políticos haciendo guiños, aflojándose el nudo de la corbata y corriendo con la lengua fuera para obtener un puñado de votos, piensa que las elecciones deberían celebrarse cada tres años, o si me apuran cada dos, a ver si así el personal se carga las pilas más a menudo y se ve obligado a cumplir sus promesas en plazos más razonables. Pero en eso, como en tantas otras cosas, la gente se equivoca: el espectáculo de ver a nuestros próceres doblando el espinazo para besuquear un niño o dando aullidos en plazas atestadas de prosélitos, es realmente vergonzoso. Es preferible que nos engañen desde sus oscuros santuarios, con el nudo de la corbata bien pulido, a que nos llenen la cara de saliva mientras graznan como feriantes cuando les enfocan las cámaras de televisión.
Por otra parte, la capacidad de maniobra de los políticos patrios es más bien raquítica. Las autoridades hablan de un 2015 jubiloso y espléndido, cuando todo lo que rodea a esa —presunta— prosperidad económica está cogido con alfileres y depende de vicisitudes efímeras y globales: la agonía de los griegos, la bajada del brent, los laudos imprevisibles del Banco Central. Bastará con que Angela Merkel sufra una crisis hemorroidal o que Putin, harto de que entre los saudíes y los americanos le hagan la cama, decida invadir el resto de Ukrania, para que a los españolitos nos entre un ataque de pánico. De ese modo, el nuevo año puede pasar del cielo al infierno en un periquete, con el Estado y las Autonomías endeudadas si cabe un poco más y los servicios sociales reducidos a la mínima expresión después de que Montoro haya decidido soltar amarras con el IRPF. Todo azaroso y endeble, como la propia vida, que dirá más de uno, y sin otro horizonte que el que nos dicte el infalible mercado, es decir, el consumo aparentemente inagotable, los fondos de inversión, las multinacionales, la jodida troika.
Sesudos analistas llenarán las ondas con todo tipo de proclamas, especialmente las que apelen al miedo, y sí, vamos a decirlo ya desde primeros de enero, estos profesores universitarios dan algo de miedo, no sé si menos que los Correa, Bárcenas, Griñán o Pujol, pero algo dan, aunque ustedes no deben preocuparse, pues las cosas nunca llegarán a mejorar o empeorar del todo, salvo para un puñado de privilegiados que, desde los tiempos de Maricastaña, siempre han vivido mejor que el resto.
Dicho esto, y sin ánimo de ofender a nadie, hagan el favor de tirar esos restos de turrón y mazapán a la basura y afronten 2015 como se lo merece: visitando los confines más remotos del mundo, devorando a besos a esa chica tan guapa, bailando un tango irreverente en los luminosos salones de su corazón.