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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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T ocino de marrano, manteca de cerdo, piel de gorrino... nada como el tufo de puerco o el jalufo en verso para espantar a un moro que viene a muerte.

El Corán se pone muy serio con todo lo que afecta al cerdo. Un musulmán que muera tocado por algo porcino no entrará jamás en el Paraíso. Eso establece. Y a eso tiene pánico el moro que reza y el que afila la cimitarra.

Me recordaban ayer una escena de la película Los últimos de Filipinas en la que los soldados españoles capturan a uno de los moros rebeldes que les tienen asediados y, viendo al interrogarle que se resiste a cualquier información, le amenazan con vestirle con un pellejo de cerdo y... mano de santo.

Ayer ardía París.

Había fuego en todas las cabezas.

Persistía el drama y crecía el pánico. Tienen razones para sospechar que los sucesos que ha encadenado estos días el yihadismo francés son brote vírico, avanzadilla de contagio probable y un aldabonazo para que se activen los troyanos islamistas, lobos solitarios, células dormidas y los fanáticos insomnes que hay desparramados por medio mundo desde Australia a Suecia.

Miedo. En Francia se sembrará ahora al amanecer de cada día. Han visto que no es difícil callejear con una metralleta en el mismo corazón de las capitales occidentales, aunque tienen aún más visto que con sólo un cuchillo les basta a esos abencerrajes taraos para matar en nombre de Alá degollando a mansalva. ¡Y matan a los nuestros como a cerdos desangrados!, masculla la gente que se agolpa en las plazas de Toulouse, Reims, Marsella...

Todas las armas automáticas han de lubricarse con aceites para optimizar su mecanismo evitando óxidos. Y Octavido sugirió: si kalasnikovs y lanzagranadas salieran de nuestras fábricas engrasados con manteca de cerdo, ¿quién de esos cerriles despiadados se atrevería a empuñarlas o acercarse a ellas?... ¿y si en vez de usar drones y bombas amenazáramos con bombardearles con tocino, manteca fundida y chicharrones?... ¿y colgar cabezas de cerdo a la entrada del súper para que ni ose entrar el moro avieso?... ¡tente, Octavito!, que desbarras, le dijimos.