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León

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M añana es san Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Ayer quedé a tomarme un café con Javier Tascón y Ángel Santiago Ramos, dos colegas de los viejos tiempos. «Cómo ha cambiado el oficio...», coincidimos. Cuando empezamos en la redacción de Lucas de Tuy aún se utilizaba la máquina de escribir, hasta que un día apareció un técnico informático a darnos un cursillo. Iban a modernizarnos. Nos mostró un ordenador y profetizó que ese instrumento iba a cambiarnos la forma de trabajar para siempre. Los tres volvimos a reírnos al recordar su explicación: «Si escribís por despiste Jaime se subió en su moto ya no tendréis que tacharlo sobre el papel, corregiréis directamente con el teclado sobre la pantalla: Jaime se subió en su amoto». Nos miramos los unos a los otros, no fuese a ser que nuestra empresa nos estuviese gastando una broma de cámara oculta. La informática, ya se sabe, es de ciencias. La amoto fue nuestra primera revolución industrial. Es lo que tiene quedar con colegas de los inicios profesionales, lo que te hizo gracia una vez ya te lo hará siempre, quizá porque la amistad es una de las escasas posadas de antaño que no han cerrado. Este año, en septiembre, hará treinta años que me incorporé a este periódico. Precisamente, mi primera columna se llamó Periodistas . El pasado sábado una amiga nos trajo a casa unos churros, envueltos en una página de Diario de León del día anterior, exactamente en la que se publica esta columna. El envoltorio fue cosa del churrero, no había segundas. Sonreí al verme convertido en material absorbente, perdigoneado por la grasa. Pensé: «Esto con la edición digital no pasa». Hoy no, pero tiempo al tiempo.

En estos días se habla mucho de la libertad de expresión como derecho, que lo es, pero apenas de la misma como deber, que también lo es. Y en esa tensión de fuerzas entre derechos y deberes intuye uno que ha de forjarse el buen periodismo. Todo está inventado, pero como se nos olvida hay que reinventarlo cada día. León es una pequeña y entrañable ciudad, en la que puedes quedar a tomar un café con viejos amigos a reírte con viejas anécdotas... sin necesidad de coger la amoto . Feliz san Francisco de Sales, colegas y lectores.