Diario de León
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leónVenancio Iglesias Martín.
León

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En la despedida

de Anuncia Luengo

E l tiempo no es más que la conciencia de que nos aproximamos a la muerte. Flor me llamó desde la otra acera: —Venancio, ¿sabes? Mi tía Nunchi se está muriendo. Flor era una adolescente llena de vitalidad, de alegría de vivir, de necesidad urgente de experiencias. En la acera del otro lado del hospital apareció una mujer madura que conserva una belleza singular tras una noche al lado de una enferma que da el último paso hacia la sombra. Su tía Anuncia era catedrática de Filosofía. No sabía filosofía: vivía la filosofía y su vivir era su diaria enseñanza. ¡Saber, saber! ¿Qué significa saber? Como si hubiera salido del libro de la Ética de Aristóteles, Nunchi, que así llamábamos los amigos a Anuncia Luengo, catedrática de filosofía, apagó la luz, cerró la puerta, guardó la llave y, sin ruido, murió en la bella manera de vivir que se llama coherencia ética.

Ya las aulas del Juan del Enzina eran recuerdo vaporoso de un largo sacrificio y también la prolongada alegría que ese sacrificio aporta. Se había jubilado contra su deseo de seguir en las aulas.

Todos los que se dedican con pasión a la enseñanza en cualquier nivel, son héroes silenciosos que silenciosamente se van después de dejar en el aire principios, sugerencias, ideas vivas, orientaciones, apuntes para luego, para cuando el alumno ha madurado y ellos se han ido. Anuncia creo que hizo este trabajo sin darse cuenta de que lo hacía, sencillamente con la vida. Su preparación intelectual alta procedía de la filosofía escolástica que se impartía en sus años de formación.

No importa la clase de teoría que ha configurado tu sensibilidad y tu inteligencia, sino cómo esa teoría ha decidido en tu vida la verdad con que la has vivido; la dirección ética en que has marchado y el efecto benéfico que tu vida y tus convicciones ha tenido sobre los que te rodeaban: tus alumnos, tus amigos, tu familia.

Cuando fui a visitarla, la habitación estaba vacía y la enfermera con un gesto amable de impotencia dijo: —Desgraciadamente ha fallecido hace unas cuantas horas. No llegué a tiempo de despedirme, pero aunque ya se había encerrado en sí misma y bajado las persianas, aunque ya no podría saber si me escuchaba o no, le hubiera dado las gracias por su ejemplaridad ética, en nombre de todos. Ni un rozón, ni un codazo, ni una palabra de más sobre conductas ajenas... Anuncia vivió filosóficamente justo en esa línea que roza sin percibirlo el abismo del pensamiento, con la sencillez de quien sistemáticamente lo aplica y lo convierte en conducta ejemplar. Lejos de cualquier tortura existencial, el pensamiento era el ámbito de luz donde los problemas recibían solución.

Perdóname la torpeza del retraso que impidió la despedida. Cuida de que tu marcha por la otra ribera sea feliz como fue tu presencia para todos aquellos a quienes hiciste el bien. Que los ojos de Atenea, la filosofía perenne en la que anidabas, te iluminen el camino entre las sombras; que el viento de la eternidad te lleve más allá de las estrellas donde pusiste tu fe, y que el fuego en que te has a disuelto recoja tu alma y preserve, en tus cenizas, la hermosa soledad de tu vida, que fue para tantos chicos la sombra protectora de su adolescencia. ¡Urna de oro para esa vida que no quiso brillo!

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